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sábado, 10 de octubre de 2015

Otra vez el doble






Aquella tarde Mario me aseguró que, un día antes, había jugado conmigo y con Felipe a las canicas. Yo le dije que no, que era imposible porque yo había estado durmiendo toda la tarde en mi cuarto; enfermo de cansancio.

Esto sucedió hace mucho años. Éramos niños y nada sabíamos de los dobles ni de los desprendimientos astrales.  Oníricos.

En alguno de los libros de Carlos Castaneda leería después sobre el soñador soñado, particularmente sobre Don Genaro. Recuerdo lo impresionante que le pareció a Carlos, el aprendiz de brujo, conocer todas esas historias sobre la realidad del doble. Realidad en la que el soñar dirigido era fundamental para comprender por experiencia la significación de esa misteriosa realidad del desprendimiento físico y mental del soñante, para reproducirse en otro, el soñado actuante.

La otra semana me llegó un email de una amiga a la que tengo algunos años sin ver, donde comenta sobre todo aquello que estuvimos conversando el otro día (da fecha y hora) en un cafetín de nombre impronunciable, y en una ciudad desconocida para mí.

Ha sido este correo el que me llevó a recordar al amigo de marras, quien vio a mi doble sin saber nada sobre esta teoría –o superstición, según lo afirman los más racionales del planeta.


Tal vez esta noche concentre mi voluntad para ir al lugar donde estará mi cuerpo durmiendo, y yo de pie, mirando todas esas escenas que pondrán en riesgo la existencia de mi doble. Decirlo así, podrá sonar como un mero juego de palabras; lo cierto es que resulta insólito todo esto, pues se trata de una sensación que proviene de lo más hondo del cuerpo, una como vibración de huesos que avisa sobre la cercanía del doble, y que acaba disolviéndose en las paredes internas del diafragma, hasta dejar un boquete grande que hace imposible pensar en nada.




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