Buscar este blog

sábado, 25 de enero de 2014

Grietas






Abres ese cuaderno que durante varios años estuvo guardado en el cajón del mueble viejo, arrumbado en el cuarto de los insomnios.

“¿Esto fue escrito por mí?” te lo preguntas mirando en torno a la punta del zapato en que está moviéndose un pequeño bicho.

Tiemblan tus dedos. Adentro de la cabeza un remolino de aguas hirvientes quema la piel interna.

Y entonces escuchas el llanto de aquellas tardes en que habías contemplado la niña de ese cuento.

Soñado.

“Esto lo he soñado ya”.

Cierras el cuaderno e intentas recuperar el relato desde la memoria.

Imposible.

“Nada de lo que he escrito forma parte de la memoria que alimenta mis sueños, y sin embargo, son mis sueños el alimento de la memoria que me ayuda a estar vivo. Pero insisto: nada de lo que he escrito está adentro de mí, sino afuera, en las hojas que he llenado con las horas de otro tiempo”.

Abres la libreta en otra página.

Es otro cuerpo, otra mente, otro mundo, distinto del que te acompaña cuando acabas de levantarte. Pareciera que esas líneas hubieran sido escritas por alguién muy diferente de ti.

Como cuando te sabes soñando y ves afuera de ti a Ese que supones eres tú en el sueño, y te estremeces al saber que puedes verte desde afuera, y te entra terror al imaginar que, quizás, no es un sueño sino el momento que precede al morir.

Te espanta seguir leyendo. Tus dedos tiemblan al extremo de no poder dar vuelta a la hoja.

Es mejor que así ocurra.

En el fondo, muy en lo hondo de ti sabes que hay la amenaza de caer fulminado por las energías del que ha escrito todo eso tan ajeno al mundo en el que ahora yaces sentado bajo la luz de la lámpara. Son fuerzas que te debilitan y que provienen de esas palabras unidas para la composición de un cuerpo extraño.

La boca se te llena de hielos.

“Es mejor no continuar leyendo”, lo piensas, al tiempo que sientes que en la frente ha surgido una grieta.


Te levantas y surge otra grieta abajo de los pies, y caes en ese espacio de lo insoportable.


viernes, 17 de enero de 2014

Ya en otra parte




(((Para Juan Gelman:

Por suerte no estaba allí
Pero el sueño me llevó / días después
Y encontré el color de tus ojos
En medio de una cueva hecha con arenas grises.

Nunca imaginé que te morirías así
En una hora en que todo parecía ir mejor
Nunca pensé que te harías inmortal
Y tú tampoco lo habrías aceptado

Tú lo habías escrito con el fuego
De esa luz que ayuda a calentar los dedos
Ateridos por el dolor de tantas ausencias.
Tú lo habrías puesto en la orilla
De algo tan lejano como un hueso

Como un seco ardor en la curva de la boca.



lunes, 6 de enero de 2014

Extraño en la costumbre







“How do you prepare the cactus?”, me preguntó la muchacha, mientras iba ordenando las frutas y los vegetales en las bolsas del mercado.

“Excuse me?”, reaccioné con los ojos puestos en la botella de leche que había empezado a flotar por sobre varias cajas de cereales, rodeados por un mar de voces y el soplo helado que entraba por las puertas corredizas de cristal, cada vez que las personas entraban o salían.

          La mucha volvió a repetir la pregunta, y entonces yo, como si estuviera adentro de una cápsula de hielo, hablé con la voz temblando, casi sorda en la helada mañana y chapoteando mentalmente para encontrar la tibieza de las palabras que necesitaba decir. Con burbujas de hielo como puntos suspensivos, fui inventando la receta en que alguna vez había preparado los nopales para aquella cena de celebración en Guadalajara.

          Mientras iba diciendo la receta, la muchacha no pudo esconder el espanto que le provocó saber del platillo hecho con la alegría de las horas para aquella ocasión, en una ciudad totalmente ajena a los aires artificiales y a las tablas en que se avisa de la cantidad de grasas y calorías y de azucares y en fin, no estaba en sus costumbres para la muchacha probar o haber probado las mezclas y las texturas hechas con la imaginación de otra época, tal vez prehispánica, de la que yo tenía como origen los sabores y las delicias de mi infancia.

          “It sounds good!”, fue lo que ella acabó expresando. Enseguida coronó el carrito de la compra con el paquete de tostadas y sonrió –para el fantasma que miraban sus ojos- diciendo la acostumbrada frase: “Have a nice day!”


          Yo ya no estaba para cortar la lengua en los helados filos de la mañana, metí la cabeza adentro de la caperuza del abrigo y salí a enfrentar los latigazos del viento helado. En el carro recuperé el calor que me faltaba, encendí el motor y me fui escuchando la música que me ayudaba a regresar a la isla en que vivía desde hacía algunos años.


No había espacio

quería sonar como a eco de palabras sueltas como a sensaciones que se intensifican y  desaparecen  en el infinito tiempo no había espacio ni...