Se me
ha olvidado el orden.
No me
preocupa. Ya casi nada me procupa. Vendrá el minuto en que nada, absolutamente
nada me preocupe.
Por lo
menos, las profundas horas de la noche acontecen adentro de mis días. En ellas
voy cayendo, sin darme cuenta, en todos los lugares que al poco rato desaparecen,
e incluso, se me olvida que hubo lugares en que estuve profundamente adentro de
mis horas.
Es por
esto que grito cuando viajo pegado al volante del automóvil. Todas las tardes:
¡Qué
)))))))
fácil
)))))
es ))))
volverse
loco!)))
Me agrada
hablar sin mover los labios. Antes o después grito, y, también, antes o después
piso el pedal del acelerador hasta tocar el cielo. En ese momento hablo sin
mover los labios. Hablo de lo que nunca diré a nadie. De todo lo que hablo,
también se me olvida. Todo ello va cayendo en la nada. Flotan mis ojos, las
cosas que imagino, las líneas blancas que limitan los carriles.
Los ojos saben
bien, muy bien, de qué hablo cuando aprieto el volante y piso el acelerador y
grito:
¡Qué
) )
)
fácil
) )
)
es ) )
)
morir
!) !)
!) !)
¿Para qué queremos orden cuando nuestro cuerpo, alma y mente es puro caos? besos!
ResponderEliminarAsí es, querida amiga. De hecho el orden es un estado excepcional, lo normal es el caos.
ResponderEliminarUn abrazo