Buscar este blog

miércoles, 25 de enero de 2012

Pasajes e interiores


            Como un títere asomó Brefantas la cara por el filo de la verja. Ni Lugo ni Marcia presintieron al visitante. Sentados allá, hablando para ellos mismos en el salón, no fueron lastimados por el chillido de las bisagras. Eran las 5:30 de la tarde.
Segundos después, como un títere al filo de la jamba, asomó Brefantas la parabólica nariz. Parpadeó bajo la sombra de los cabellos lacios, corvinos, macerados en tristeza.
--Pasa, Amorli Brefantas, pasa... Ésta es tu casa...-invitó Mauricio Lugo mientras los dedos de la mano derecha retorcían las puntas del bigote cobrizo.
            Marcia se retiró, llevando las copas empañadas y la botella de anís, sin saludar a Brefantas, quien, con una sonrisa de galápago, musitó: Como sin conocernos nunca. La muy…
            Mauricio sopló la ceniza y lo invitó a sentar. Después preguntó, encimando el encendedor dorado sobre el paquete de cigarros:
            --¿Qué sueño te trajo por acá, Brefantas?
            Marcia estaba adentro de la cocina, fumando sentada sobre una silla de madera oscura. Alcanzaba a escuchar lo que decían los personajes.
            --¿Qué te tiene tan asustado? –volvió a interrogar Mauricio Lugo.           
            Brefantas acarició el polvo de ceniza que se había esparcido por la mesa, y luego dijo:
            --Vengo a pedirte ayuda.
            Lugo permaneció breves segundos observando la sebosa frente de Amorli Brefantas. Está nervioso el hombre, pensó. Y luego dijo:
            --¿En qué puedo ayudarte?
            Marcia apareció y preguntó a Brefantas si le apatecía un refresco o alguna otra cosa.
            --Agua, sólo agua.
            Después de un rato, volvió Marcia con las bebidas en una bandeja.
            Brefantas bebió el agua y así se mantuvo, en silencio, observando el humo del cigarrillo que ascendía, sobre el rostro abotagado de Mauricio, como una serpiente azul.
            Mauricio Lugo sorbió ruidosamente la cerveza, y eructó enseguida, con los ojos vidriosos y la frente abrillantada, coloreada como un camarón.
            --Lo más valioso que hay en la vida -Reflexionó Lugo-, es el placer.
            Brefantas no movió ni un músculo. Permaneció ensimismado, sintiendo el roce de esa voz engordada a diario con tabaco y alcohol.
            --¿Estás de acuerdo? El placer lo es todo, Brefantas –enseguida soltó el humo sin prisas, y también sin prisas volvió a repetir la pregunta-: ¿En qué te puedo servir?
            --Necesito dinero. Mi hijo se ha enfermado y no tengo para comprar las medicinas. Como sabes bien, estoy sin trabajo desde hace meses.
            Lugo escupió el humo tosiendo por la risa que le dio, y dijo:
            --Pensé que era algo más grave. ¿Cuánto necesitas?
            --Tres mil pesos.
            En el momento en que Mauricio entregaba los billetes a Brefantas, se acercó Marcia para invitar otra cerveza a su marido, y de paso sugerir a Brefantas si quería más agua.
             --No, gracias –agradeció Amorli. Se levantó y dijo a Mauricio-: Te los pagaré cuando vuelva a encontrar trabajo.
            Lugo levantó la mano e hizo un gesto displicente, diciendo con ello que así estaba bien. Marcia tomó el mismo lugar en que habia estado sentada hasta antes de que llegara Amorli Brefantas. Ambos continuaron hablando. Eran las siete de la tarde.




Los secretos de la cama tomaron la forma de la tarde inmensa. La espesa noche, y los cuerpos de él y ella adentro de un sueño. Sin aliento ni saliva. Adentro de un sueño, los secretos en la forma de la cama de la tarde. Sin cuerpos ni palabras. Sin tiempo.

La muchacha no descompuso una línea de su cara. Congrios de plata colgaban perezosos por entre la curva de sus hombros. Todo lo decía ella con la mirada. En sus ojos verdeamarillos estaba el mensaje. A contra luz y a una cierta distancia, los congrios parecían turmalinas que astillaban con su resplandor la piel y la oquedad que se hacía sobre sus hombros desnudos.
     Desde esa ventana donde la muchacha contemplaba el caserío, atravesado por presencias misteriosas, esperaba al hombre que la haría sentir viva; esperaba esas manos que la tocarían desde lo más profundo. Aunque se sabía virginal - nunca eyaculada-, extrañaba el calor de un cuerpo que los sueños le habían regalado; extrañaba la sensación de profundidad total, de su carne toda, el gozo que la comprendió hasta llenarla de un licor divino.

Amorli Brefantas iba aplastado por el taconeo de los pasos que lo adelantaban, iba sin fuerzas para ver los aparadores de los almacenes. Sin fuerzas. Hundido en su propio mar de babas. Ciego para mirar hacia arriba, hacia el cielo. Profundamente ensimismado en recordar a Ofelia, su mujer. Hasta que llegó a la farmacia y se adentró para comprar las medicinas.





(((Fragmentos de un texto mayor llamado Cuadros sin exposición)))

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por asomarte a este blog de instantes

No había espacio

quería sonar como a eco de palabras sueltas como a sensaciones que se intensifican y  desaparecen  en el infinito tiempo no había espacio ni...