Eran teóricos
que desanimaban el misterio
Lezguievo Znada
En
ese momento, la luz suave arrullaba las imágenes que había del otro lado de
la ventana.
Ni antes ni después. Justo a
esa hora sonó el teléfono.
Sonó tres veces, con intervalos exactos en su duración.
Cuando iba a sonar por cuarta vez, Sandra levantó el tubo
anaranjado y se lo acomodó en el oído izquierdo:
-Diga...
No hubo una voz inmediata que le dijera "hola".
Iba a colgar, pensando que había sido una broma, cuando del otro lado de
la línea
escuchó
decir:
-¿Eres Marcia?
-No...
Tres segundos guardó silencio y después dijo:
-¿Quién eres?
Nuevamente, no recibió respuesta inmediata.
Lo que empezó a escuchar fueron ruidos que escurrían
a velocidades distintas, como si la voz que buscaba comunicarse con Marcia
estuviera cerca de un aeropuerto o en el vórtice de carros y motocicletas
intentando escapar del cuello de botella donde se encontraban atrapados.
-Me llamo Julián, gritó la voz.
-No te conozco, dijo Sandra.
-¿Está Marcia?, insistió quien se había identificado con el nombre de
Julián.
-No sé quien es Marcia, aclaró Sandra. Aquí no vive a quien estás
buscando.
Nuevamente, a Sandra se le llenó la cabeza de insoportables ruidos.
Entonces retiró la bocina y la mantuvo en el aire, y fue como si en ese
mismo momento se hubiera visto viajando en el metro; los ojos entrecerrados y
los dedos de la mano izquierda apretando el pasamanos de color rojo.
Cuando acercó la bocina a la cara, la recibió un silencio envuelto de vibraciones
extrañas.
De inmediato se dio cuenta que el otro la había dejado colgada.
El momento había dejado de ser. La iluminación se había vuelto borrosa,
áspera y amenazante.
El cuerpo de Sandra tampoco era el mismo.
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