Aquí
no es la Tierra. Aquí estamos en Marte de manera virtual.
Aquí
no hay calles ni cines ni farmacias ni escuelas ni clubes ni parques ni
museos ni bibliotecas
ni nada que recuerde un día, una época, una historia,
un mito.
Aquí
estamos en la mayor soledad.
Aquí,
es saber un lenguaje que es tanto como poseer una cosa inservible o inútil.
Es
tanto como no saber qué hacer; como saber no hacer nada.
Saber
inútil este lenguaje aquí, en Marte, con el que crecimos allá: en la
Tierra.
Aquí
no hay realidad semejante a la que percibimos en la Tierra.
Aquí
no hay libros ni murales ni automóviles ni computadoras ni aviones ni
cohetes espaciales
ni teatros para escenificar tragedias ni comedias
ni
orquestas que escuchar ni pianos ni conciertos de música electrónica
para
alucinar ni sinfonías
ni blogs ni nada que nos distraiga ni nos haga saber quiénes
somos en este océano de
materia negra.
Saber
que ambos son planetas de un mismo sistema solar, es nada más que
escuchar
la misma canción que nos cantaron desde que éramos unos críos.
Aquí
estamos en otra órbita, en otro clima y en otro génesis; distinto y distante
de
aquél donde se
conocieron Adán y Eva.
Aquí
es imposible que puedan existir otros seres memorables.
Aquí
estamos, más solos que insectos en aquellas
piedras que jamás tocamos con nuestra sombra
en la Tierra