La mitad de la cara cubierta por una barba espesa, blanca y gris. En la cabeza una gorra tejida, multicolor, que guardaba la abierta calva de muchos años. Poco antes de acabar la tarde, cuando la claridad va haciéndose tenue y avisa la negrura que ha de caer irremediablemente, el hombre alista el jergón sobre el cemento, viste la espuma con una cobija desgarrada y coloca algo que insinúa ser almohada. Enciende el cigarrillo, mira el cielo y canta. Calla. Fuma otro cigarrillo. Mira lo que ocurre alrededor de la plaza. Sonríe. Imagina, tal vez, que está en casa. Se acuesta y se tira a dormir.
Todo ocurre en un instante, aunque no lo comprendamos todo, incluyendo el instante mismo. Bocanegra
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