A veces
tengo la tentación, o mejor, la necesidad de hablar de mí. Siempre que esto me
sucede, es inevitable que piense en abismos colmados de incoherencias y
estallamientos. Son días que llamaría “cioranos”,
en los que no hay objetos tocados por mi sombra que no sufran el tiro de gracia.
Esta vez la tentación se me impuso en
plena madrugada, después de casi veintiuna horas de haber estado padeciendo la
migraña del mes. Aturdido y debilitado me separé de la cama y busqué el frasco
de los sueños. Luego de varias frescas, frías y heladas olas que acabaron ahogando
el zombi que había adentro de mí, ya tendido otra vez a orillas del primer
abismo, comenzó a escucharse el riachuelo de voces, el cual no dejó de
atravesarme todo el cuerpo hasta llenarlo de una sensación de estanque y hojas
de otoño flotantes.
Los para qués punzaron particularmente
en el cuello y en la esquina débil de mis codos. Cada voz traía su para qué y
su martillito con el que quería clavar y sujetar a la cuerda los objetos
inscritos de cada para qué. La garganta no pudo resistir y se abrió por la
fuerza de tantos para qués. Los codos, como cascarón de huevo, estallaron.
Me encontré en el siguiente abismo. Esta
vez no hubo riachuelo de voces. Lo que aconteció fue un filme animado musicalmente
con obras de música concreta. El corazón era el tumtúm de cien timbales
percutiendo. Todo mi pecho era el mural de las tormentas interpretadas por las
orquestas que habían estado acompañando el filme. Vi entonces cómo mi cabeza
rodó y se perdió en la oscuridad de otro abismo.
Pasaron las horas. El cláxon de varios
coches me devolvieron a la luz de la avanzada mañana. Temeroso de no poder
salir de la cama, o sea, temeroso de que volviera a ocuparme la migraña del mes,
puse los pies con mucha lentitud adentro de las pantunflas, y también, con
exagerada lentitud me puse en pie y fui a prepar la cafetera. Al dar el primer
sorbo, con la cara puesta a un lado de la ventana, desde donde miraba la
realidad del día, se me vinieron pensamientos de Cioran, y experimenté la
necesidad de escribir sobre los abismos de esa madrugada.
Amigo, cada día te superas. Qué maravilla!!
ResponderEliminarA mí también me gusta Cioran!
un super abrazo
Fino, agudo, pero sobretodo genuino.No se trata de palabras, se trata de la vida ¿verdad? Hay quienes usan la vida para las palabras. No al revés. Y sólo esas palabras respiran por sí mismas y alivian a quienes las escriben y a quienes las leen. Sonrisas.
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