En las
vitrinas eran expuestos los rostros
de la
belleza extranjera.
En las
calles los habitantes de la sombra
desaparecían.
Basura y mugre constataban el fondo
en que
se perfilaba la emoción de ser y existir,
junto
a muros de grieta honda
y
ventanales sostenidos por el azoro.
Silencio
de horas hacían flujos de luz
entre
los vitrales y la mirada ensombrecida de todos ellos,
que se
iban para siempre a otra vida,
menos
excluyente que la que se imponía por las manos del lucro
y la
soberbia. Otra suerte de repente borraba
el
signo de las monedas.
Otra idea,
ajena a la voracidad de los insaciables, surgía
para
empujar el cuerpo a otras puertas menos aseguradas.
Así por
ejemplo:
Un seco
hoyo en que hubo charco y luna,
y la
mano de los ojos que recogían serpentinas de colores
para
el sueño. O algo incluso menos grave que una patada en los talones:
El ruido
de los carros y las voces
que
reventaban al sol de las 12 en punto,
hora
fatal en que la vida o la muerte colmarían el mundo.
Y luego
de todo eso, el azul del cielo
oscureciéndose
de a poquito,
hasta
olvidar todo lo incierto y nefasto que acompañaron
al
visitante de esas calles y avenidas.
Parece el fin del mundo hecho poesía, me gusta :)
ResponderEliminarSaludos!!!