Era su sueño:
Morir despierta.
Y lo consiguió.
Nunca más volvió a
soñar.
Lesguievo Znahda
Se
podía pasar las horas escuchando música. De hecho, fueron años, muchos años,
los que vivió con gran cantidad de horas acumuladas escuchando música. Pero un
día, después de haber tenido algunos sueños que se le habían quedado hundidos en la piel, se le desprendió la pasión de escuchar todas las noches, durante no
menos de dos horas, las obras de diferentes autores y de diferentes épocas. Era
como si se hubiera empachado con tantos estilos aprecidados en tantos años.
-¿Qué te ocurre? –interrogó Nicolás-:
¿Por qué es que has dejado de escuchar música?
Mariana dudó que fuera cierto y
sincero el interés de Nicolás por lo que se le había hecho en el alma. Pero
viendo que él se había quedado mirándola directamente a los ojos, tan sólo
dijo:
-He sentido la presencia de la noche,
absolutamente distinta a todas las otras noches. –Y no explicó más.
Nicolás fue a la cocina a preparar
el acostumbrado café con leche, después de lo cual iría bebiéndolo mientras se
distraía con series policiacas en la televisión. Todo esto habría sucedido
normalmente si Mariana hubiera seguido fiel a sus noches de música y
ensoñaciones. Pero esa noche, como las últimas cuatro o cinco noches, Mariana
se había quedado sentada en el individual que había esquinado a pocos pasos de
donde se hallaba un cristalero con platones y otros souvenires que no vale la
pena describir.
-Me preocupas, Mariana –habló Nicolás
con la taza frente a la cara-. No puedo creer que de la noche a la mañana hayas
dejado un hábito de tantos años. Es como si todo ese gusto o pasión por la
música nunca hubiera estado en verdad adentro de ti. Me resulta increíble.
Mariana paseó los dedos de ambas manos
por los cabellos revueltos, casi blancos, como un gesto de amarga
desesperación, y dijo:
-Es cuestión de que no mires adonde
estoy. Es mejor que no pienses en mí.
En el televisor sonaba la música de
los comerciales, y en las paredes la danza de las sombras se hacía al ritmo de
las imágenes que se proyectaban en la pantalla. En el fondo de toda esa danza, Mariana
mantenía la postura inclinada hacia adelante, abismada en los colores que se
pintaban momentáneamente sobre el inmóvil piso de mosaicos. Cada vez que Nicolás
llevaba la taza a los labios, cada veinte o treinta segundos, miraba a su
esposa y tragaba el trago de café, cada vez más frío, sin saber qué hacer para
rescatar a Mariana de ese pozo negro en que la imaginaba cayendo minuto a minuto.
No hay más música
que el silencio pintado
de sombras y rasguños
en el agua.
No hay más vida
que la noche infinita
de rumores y caricias
en la espalda.
Y todo esto para olvidarlo
en un instante
de vida y de muerte.
Qué maravilla, cómo me gustan tus pequeños relatos. Realmente me sumerges en esos fragmentos de vida. Me gusta esa sensación. Gracias por este pequeño y gran regalo.
ResponderEliminarbesos
Querida Miette, muchas gracias por tus generosas palabras.
ResponderEliminarUn abrazo