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sábado, 24 de octubre de 2015

Macabro juego






El juego sin juego estaba dado. Una ilusión: creer que había otro lugar para desplazarse. Libertad era la consiga que se había inyectado en el cuerpo de la historia. Falso. Incierto era todo.

En los televisores de miles de casas  -tal vez hasta de millones, se podía pensar; la imagen del fenómeno estaba logrando los efectos esperados. En las mentes de todas esas familias estaba el helado ritmo de la amenazante realidad. El terror era la gran inyección puesta en los pensamientos de quienes estaban allí, atrapados por la palabra y la imagen. Lo interesante era que los animales, tan perceptivos de los inminentes desastres naturales, no mostraban la más mínima alteración en su conducta. Estaban pasando las horas en jardines o en cielos contaminados, en copas de árboles cobrizas, del modo más natural a su estilo de vida. Era como si en ellos el peligro fuera inexistente. No así entre los humanos, que estaban dispuestos a aceptar y a conducirse según los dictados de las poderosas palabras emitidas como cantilenas por los heraldos de los Mass Media internacionales y nacionales.

Era otro el juego. Macabro juego. Las cortinas apestaban a muerte. Las sillas amenazaban con derrumbarse. Las camas era pozos llenos de tristeza. El tiempo estaba poseído por las mentes de unos monstruos que ignoraban la existencia de millones de niños. Ni las mariposas negras volaban en derredor de los ventanales: iluminados por las pantallas de computadoras, teléfonos inteligentes y televisores. Televisores. Todo el día y toda la noche las ventanas iluminadas.

Nunca más el silencio ni la música de la vida.

Nunca más la danza de los seres vivos.

Habíamos entrado a la época de los zombies.



sábado, 10 de octubre de 2015

Otra vez el doble






Aquella tarde Mario me aseguró que, un día antes, había jugado conmigo y con Felipe a las canicas. Yo le dije que no, que era imposible porque yo había estado durmiendo toda la tarde en mi cuarto; enfermo de cansancio.

Esto sucedió hace mucho años. Éramos niños y nada sabíamos de los dobles ni de los desprendimientos astrales.  Oníricos.

En alguno de los libros de Carlos Castaneda leería después sobre el soñador soñado, particularmente sobre Don Genaro. Recuerdo lo impresionante que le pareció a Carlos, el aprendiz de brujo, conocer todas esas historias sobre la realidad del doble. Realidad en la que el soñar dirigido era fundamental para comprender por experiencia la significación de esa misteriosa realidad del desprendimiento físico y mental del soñante, para reproducirse en otro, el soñado actuante.

La otra semana me llegó un email de una amiga a la que tengo algunos años sin ver, donde comenta sobre todo aquello que estuvimos conversando el otro día (da fecha y hora) en un cafetín de nombre impronunciable, y en una ciudad desconocida para mí.

Ha sido este correo el que me llevó a recordar al amigo de marras, quien vio a mi doble sin saber nada sobre esta teoría –o superstición, según lo afirman los más racionales del planeta.


Tal vez esta noche concentre mi voluntad para ir al lugar donde estará mi cuerpo durmiendo, y yo de pie, mirando todas esas escenas que pondrán en riesgo la existencia de mi doble. Decirlo así, podrá sonar como un mero juego de palabras; lo cierto es que resulta insólito todo esto, pues se trata de una sensación que proviene de lo más hondo del cuerpo, una como vibración de huesos que avisa sobre la cercanía del doble, y que acaba disolviéndose en las paredes internas del diafragma, hasta dejar un boquete grande que hace imposible pensar en nada.




sábado, 3 de octubre de 2015

¿Para qué?






Sería mejor que no fueras
que no aceptaras la existencia del lago y su cielo en plena tarde.

Sería preferible que escondieras
en los labios el deseo de hundirte en la noche
y callar –aunque en realidad parecerá todo lo contrario.

Cerrarás puertas y ventanas
y los oídos, cubiertos con el desvelamiento a toda piel.

Ya expulsado por las voces de todos ellos,
asistirás cabizbajo a dar el pésame a tus manos.

Murmurarás con voz de sonámbulo
el regusto de haber caído sobre túmulos de piedras.

De cadáveres como días en tu espalda.

Un rosario de sueños o de pesadillas,
un ojo enorme abierto hasta de noche,
un cansancio que punzará ensangrentándote la sombra,
un sacar la lengua y dejarla yerta, olvidada hasta su muerte.

Sería mejor que no fueras
que no encontraras esos pliegues
en que descubrirías a quien pudo llegar a ser.

De saberlo ellos, te romperían las piernas y las manos.

¿Para qué?

Serías el último en saberlo.

El último en dejarlo caer para tu olvido.



Con el ruido quemando mi lengua

hace algún tiempo que se me perdió la semántica de palabras como escritor poesía arte conocimiento y otras que mejor dejo solas  en su forma...