La rabia
lo hizo tartamudo.
Desde
entonces, justicia sería una palabra
difícil
de ser pronunciada en su boca.
La rabia
lo llevó a saltar sobre techos
de
carros,
mientras
los conductores esperaban el verde
del
semáforo y no sabían cuándo
había
iniciado la tormenta.
Se retiró
de las mesas
en
que se había acostumbrado
por tantos
años a rebatir noticias
y posturas
de ideología extrema.
Se llevó
la espesa, la amarga
e
insufrible bilis a otros sumideros.
Allá
levantó el brazo y tiró de puñetazos
al espejo
en que se reflejaba la oscuridad
de
su futuro.
Lo expulsaron
del trabajo.
Lo secuestraron
cuando vagabundo
y se
lo llevaron a un sótano
para
experimentar con las bodegas
de
su pensamiento.
Allí
lo vaciaron de toda memoria,
de
todo recuerdo.
De
allí salió sin habla y sin rencor.
De su
yo no quedó ni la sílaba
en
un escupitajo
de
quienes habían experimentado
en
los bajos fondos de su mente.