Afuera el ruido alegre de
los colores y sus formas apresuradas.
Y acá en el interior de la
casa:
Los
comensales rompían la quietud de los cuerpos con risas, en la mesa,
Con
golpes de vidrio, en las pupilas, con raspones en la porcelana de los platos,
Con
voces que saludaban a todos con la copa en alto.
No muy lejos de acá, a un
perro lo tenían adornado con cuerdas
Saturado de fuegos pirotécnicos.
Precisamente allá, en
medio de la calle y de sus formas apresuradas
Con la luna más redonda
que nunca:
Un muchacho le había puesto
fuego a las cuerdas que adornaban al perro.
Y el perro comenzó a
llenarse de fuegos pirotécnicos
Y de explosiones en todo
el cuerpo.
En otra parte de la ciudad
Adentro, muy adentro del cuerpo
del vagabundo que dormía
Sobre la banca de esa plaza desolada, fría y con la luna
enorme en todo lo alto,
Allí el silencio estaba
colmado de misterios, hasta de sueños y de pesadillas.
Imposible que al vagabundo
lo despertaran los ladridos del perro que saltaba
Entre tantas explosiones y
tantas luces y tanta celebración de los muchachos
Que gritaban de ver todo
el dolor que le habían provocado a ese perro callejero.
Imposible que el vagabundo
despertara ante la agonía
Del perro callejero que acabó tirado, chamuscado, muerto en la madrugada.
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