El olor
de la madera, enjuagada con años de cerveza y vino tinto, ya sólo era un
susurro de otras tardes en tu memoria. La atmósfera de vidrios ahumados, de
música que flotaba entre los muros de fibra y tabla-roca, estaba ahora en los
estruendos de las risas y de los cabellos multicolores, con minúsculas
fluorescencias lunareando los cubos de bocinas esquinadas, donde había videos musicales y
otros temas que a nadie le importaba. Ya no cabías en ese lugar en que estaba
prohibido fumar. Ya tus ojos no estaban para quedarse anclados entre los vacíos
de la entretención corpórea. Ni el DJ que jugaba en los recuadros de pasajero silencio,
ni él parecía contento. Estaba claro que la actuación histriónica poseía otros
códigos, y tú no estabas ya para averiguarlo. Descolgaste el chaquetón que
había estado en el respaldo del banco alto de varillas tubulares, te lo echaste
en un brazo y saliste con el sigilo de quien se ha equivocado de salón. Pero antes
de escapar definitivamente, una mano apretó tu hombro y te obligó a detener el
paso. Te entregó una nota y en ella leíste: cerveza oscura - 50 pesos / la
propina no está incluída.
Afuera la noche estaba fresca. Caminaste
hasta la avenida, encerraste medio cuerpo en el chaquetón y te fuiste cavilando
en las cosas que habían ido despareciendo de tu vida; mientras tanto, en tu cabeza
no había dejado de sonar esa música de otras noches.
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