Sería
mejor que no fueras
que no
aceptaras la existencia del lago y su cielo en plena tarde.
Sería
preferible que escondieras
en los
labios el deseo de hundirte en la noche
y callar
–aunque en realidad parecerá todo lo contrario.
Cerrarás
puertas y ventanas
y los
oídos, cubiertos con el desvelamiento a toda piel.
Ya expulsado
por las voces de todos ellos,
asistirás
cabizbajo a dar el pésame a tus manos.
Murmurarás
con voz de sonámbulo
el regusto
de haber caído sobre túmulos de piedras.
De cadáveres
como días en tu espalda.
Un
rosario de sueños o de pesadillas,
un
ojo enorme abierto hasta de noche,
un
cansancio que punzará ensangrentándote la sombra,
un
sacar la lengua y dejarla yerta, olvidada hasta su muerte.
Sería
mejor que no fueras
que
no encontraras esos pliegues
en
que descubrirías a quien pudo llegar a ser.
De saberlo
ellos, te romperían las piernas y las manos.
¿Para
qué?
Serías
el último en saberlo.
El último
en dejarlo caer para tu olvido.
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