Había
conocido músicos callejeros, actores callejeros, bailarines callejeros, poetas
callejeros; pero nunca me había topado con ningún filósofo ni cuentista
callejeros. Los conocí la semana pasada.
El filósofo era un viejo que se
apoyaba en dos bastones purépecha para caminar y para mantenerse en pie
mientras hablaba sobre todos esos pensamientos que le venían dictados por el
dolor y la decepción. A diferencia del filósofo, el cuentista era un
adolescente, quien con gorra y gafas gruesas, sucias y con cordones para
mantenerlas seguras sobre la cara, contaba sus breves historias en torno a las
peleas de su barrio y de todos aquellos que habían caído asesinados por las
balas o por arma blanca. Después de echar el cuento-crónica, se sacaba la gorra
y comenzaba a pasearla frente a los espectadores; había quienes sacaban algunas
monedas y las depositaban en el redondel de la gorra, o había otros que nada
más daban la vuelta y dejaban al cuentista con el brazo extendido. Para con el
filósofo, el reducido auditorio no sabía qué hacer luego de que el viejo
callaba y permanecía con la mirada puesta en alguno de esos rostros atrapados
por la intriga.
“Si a alguno de ustedes le sobra una
moneda o algún billete”, anunció el filósofo, al percatarse que nadie se movía,
“pueden tirarla en el suelo y yo recogeré lo que ustedes han querido
regalarme”.
Para hablar como lo ha hecho el
filósofo, para decir esos pensamientos, sería necesario haber vivido y
reflexionado durante muchos años. Quienes habían escuchado al viejo, en su
rostro podía descubrirse el abismo en que de pronto se sintieron suspendidos, y
era por ello que no habían sabido cómo reaccionar. Tal vez hasta creyeron que
el viejo era uno más de los miles de pedigüeños que pululan en la zona centro
de Guadalajara, o hasta pudieron suponer que era nada más que un orate, que un
alcohólico o / pero de ninguna manera debieron pensar que estaban ante un
filósofo callejero.
Para
contar breves historias no había que llegar a ser una persona mayor. En la
música como en la poesía –recordé-, no han faltado los artistas precoces que
habían hecho historia. Pero en la filosofía, me parece, no ha habido nadie que
haya pasado a la historia por su precocidad para crear complejos pensamientos o
para cuestionar y poner en jaque ningún sistema filosófico.
Un trasfondo muy interesate, certero. Saludos profesor.
ResponderEliminarGracias, Alejandro.
ResponderEliminarSaludos