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sábado, 28 de mayo de 2016

Zona centro







Había conocido músicos callejeros, actores callejeros, bailarines callejeros, poetas callejeros; pero nunca me había topado con ningún filósofo ni cuentista callejeros. Los conocí la semana pasada.
            El filósofo era un viejo que se apoyaba en dos bastones purépecha para caminar y para mantenerse en pie mientras hablaba sobre todos esos pensamientos que le venían dictados por el dolor y la decepción. A diferencia del filósofo, el cuentista era un adolescente, quien con gorra y gafas gruesas, sucias y con cordones para mantenerlas seguras sobre la cara, contaba sus breves historias en torno a las peleas de su barrio y de todos aquellos que habían caído asesinados por las balas o por arma blanca. Después de echar el cuento-crónica, se sacaba la gorra y comenzaba a pasearla frente a los espectadores; había quienes sacaban algunas monedas y las depositaban en el redondel de la gorra, o había otros que nada más daban la vuelta y dejaban al cuentista con el brazo extendido. Para con el filósofo, el reducido auditorio no sabía qué hacer luego de que el viejo callaba y permanecía con la mirada puesta en alguno de esos rostros atrapados por la intriga.
            “Si a alguno de ustedes le sobra una moneda o algún billete”, anunció el filósofo, al percatarse que nadie se movía, “pueden tirarla en el suelo y yo recogeré lo que ustedes han querido regalarme”.
            Para hablar como lo ha hecho el filósofo, para decir esos pensamientos, sería necesario haber vivido y reflexionado durante muchos años. Quienes habían escuchado al viejo, en su rostro podía descubrirse el abismo en que de pronto se sintieron suspendidos, y era por ello que no habían sabido cómo reaccionar. Tal vez hasta creyeron que el viejo era uno más de los miles de pedigüeños que pululan en la zona centro de Guadalajara, o hasta pudieron suponer que era nada más que un orate, que un alcohólico o / pero de ninguna manera debieron pensar que estaban ante un filósofo callejero.
Para contar breves historias no había que llegar a ser una persona mayor. En la música como en la poesía –recordé-, no han faltado los artistas precoces que habían hecho historia. Pero en la filosofía, me parece, no ha habido nadie que haya pasado a la historia por su precocidad para crear complejos pensamientos o para cuestionar y poner en jaque ningún sistema filosófico. 



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