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jueves, 21 de mayo de 2015

Visitación y fuga










No sé cómo es que sucede lo que escribo. Es tan repentino el hallazgo, tan elevado en ruidos que me sobrepasan. Tal vez llega como esas visitas inesperadas en tardes de domingo y hastío. Es después de todos esos golpes insistentes en el silencio de la puerta, que aparece la inesperada figura y se adentra por los túneles de los ojos, y hace que desaparezca el hastío y poco a poco vaya cobrando existencia eso que asoma en el sucio vidrio de la ventana.
Y ocurre el cuento. Se cuenta solo. Apenas si hay en él un poco de historia. Es apenas breve imagen: una grieta sangrante en el cuello del suicida. Un soplo de irritante cadaverina. Un bulto encobijado y echado a orillas de un parque. Se oye entonces esa voz que dice la primera palabra. Un nombre, quizás. Una zona de día por ausencia de luz o por su cielo con nubes. A veces la calle se construye con los ruidos de los motores, con el paso de una camioneta y el sonido a todo volumen. Si se trata de abundar en la violencia que ha hecho de los días el dato preciso con su número de ejecuciones, entonces el escenario necesita de toda una ciudad, de todo un estado, de todo un país, de todo un continente como teatro de muerte y sobrevivencia. Los encabezados de las notas macabras llegan como las cuentas de un rosario: Matan a presidente municipal de… Encuentran colgados varios cuerpos desnudos en los puentes de las avenidas… Se enfrentan a balazos polícías federales y miembros del cártel en la carretera del poblado de… Y junto al dato estadístico, ya para hablar del menor porcentaje o para atenuar la realidad de violencia cotidiana (imposible de atenuar) en términos psicológicos, los noticieros radiofónicos y los de televisión hacen islas rodeadas de sol y alegría. Afán idiota de mantener la sentencia que dice: El show debe continuar. Por el contrario, todo apunta a que el terror debe continuar. Casi en su totalidad, el mundo en sus días de desastre y shock gira. Gira. Gira. Y el universo que no deja de expandirse.
Pero no siempre es de este teatro del horror que proviene el hallazgo con el cual se puede atrapar un instante y escribirlo sin otro fin que para calmar la bestia que muerde las entrañas. De conseguir el fin, que es aplazar siempre los estertores últimos de morir aterrorizado, lo que después llega es calma de olvido, calma de no haber hecho innecesarios dramas ante la visita inesperada. Y llega a suceder que la visitación acaba en nada, en ruido blanco escurriendo por mi cara. O bien, ha llegado a pasar que la visita permanece por varios días, por varias semanas, y es un tiempo del cual no alcanzarían ni la novela ni la enciclopedia para deshacerme de tanto cansancio y de tanto dolor en las rodillas y en los ojos. En todo este tiempo, es probable que me ocurran sueños reparadores, y también lecturas –como antídotos- de textos escritos por suicidas, y un silencio que me alejará de todas las voces de la normalidad, y de la eficiencia que asesina el ritmo de la poesía.

Y el robo acaba siendo inevitable. Con Prometeo hubo iniciado esta gran historia. En tal caso, ya no habrá visita inesperada sino fuga al infinito. En definitiva, lo repito: No sé cómo es que sucede lo que escribo.


1 comentario:

Gracias por asomarte a este blog de instantes

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