La pregunta
apareció, y desapareció a las pocas horas. Volvió a aparecer, y se mantuvo
sonando en mi cabeza todo un día, y dejó de escucharse en la mañana siguiente.
Pasaron
algunas semanas, hasta varios meses, y la pregunta volvió a entrar en mi cabeza.
Desde entonces, es una pregunta que ocupa todo el espacio de mi cuerpo. Cualquier
cosa que haga, sea en público o en privado, la pregunta suena y sacude todo eso
en lo que había estado pensando.
Podrá parecer esto la historia de la
pregunta intransigente, y lo sería si yo no hubiera renunciado a contar sobre
todas las cosas raras que le suceden a mi mano izquierda. Lo cierto es que,
antes bien, en la respuesta estaría latiendo la historia, y sería una historia
en la que ni siquiera estaría la sombra de todas las cosas raras que le ocurren
a mi mano izquierda.
Es tan extraño escuchar la pregunta
teniendo el pincel en la mano izquierda, es tan insignificante el aliento al
momento de mirar todo eso que la mano izquierda no ha podido atrapar, pese a
que es de ese lado donde mejor suena el mundo.
Entre mis ancestros existía la
creencia de que si se contaba sobre todo
eso que no lo dejaba a uno respirar, era posible que eso desapareciera y dejara
libre el camino para transitarlo sin miedo y sin prisa.
Voy entonces
a soltar la pregunta, a ver si de ese modo alcanzo a sentirme un poco menos
agobiado y menos perseguido por los fantasmas:
¿Qué
es eso que jamás dejaría de hacer, incluso si en eso mismo tuviera que perder la
vida?
Lo dicho, un conocedor del alma humana. Complejo y asequible al mismo tiempo, y lo que más me gusta, esa retirada casi surrealista. Estupendo.
ResponderEliminarAbrazos surrealistas
Gracias, querida amiga. Te abrazo con todo el cielo y con todo el mar como testigos.
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