Padecer
la dinámica de las ideas sucias y del nulo mantenimiento para con los edificios
de la razón y de la ética (pilares de la educación), es tanto como para averiguarlo
y lograr así aquello que maldice y malinterpreta –deconstruye, dirían los
exégetas del pensamiento- esa idea en el doble sentido con que afirma lo
siguiente: La verdad es que no hay verdad.
En
la época en que se vivía soterrado por los golpes de la educación capitalista,
resultaba conveniente hacer las cosas al estilo de los más avezados negociantes
de la política chapucera, esto es, había que decir haciendo todo lo opuesto a
lo que habían dicho, o si se prefiere, había que ocultar las verdaderas
intenciones que estaban detrás de cada una de las acciones en la política en
tanto negocio y mascarada, o de lo contrario se descubriría la liebre. Pero
ahora en que a la letra se siguen las ideas que Orwell expuso en aquella famosa
novela: 1984, ya decir educación es
decir y dar sentido a una idea muy distinta del ser que sabía y conocía de sus
límites. Por el contrario, es desde hace poco más de cuatro décadas que el
educar ha sido conducido por los terrenos de la aceptación acrítica de los
valores del macrosistema –no hace mucho todavía llamado capitalista, y ahora,
según cuentan los estudiosos de la globalización económica, bautizado como free-enterprise system (sistema de libre
empresa). En breve, que hoy ni el pan es pan ni el vino es la alegría de los
dioses. Lo difuso se ha convertido en territorio propicio para conseguir
hallazgos. Para ser aún más breve, todo apunta a que Orwell y Kafka –fundamentalmente-
sean hoy los profetas.
Retomo
la punta del bucle. Pensamiento sucio es la otra cara de la idea que algunos
llaman “lógica difusa / pensamiento confuso”, y / pero que en el caso de este
ensayo -con microrrelato incluido- nada tiene que ver con lógica de conjuntos y
ni mucho menos con categorías analíticas. Antes bien, considero que el
pensamiento sucio está mucho más en la óptica de quienes padecen estrabismo y
saben, en consecuencia, que el centro ante ellos es una mancha borrosa que poco
o de nada les sirve para alcanzar superficies blancas y perímetros finos.
Ejemplo
de pensamiento sucio es el siguiente microrrelato:
“¡Está
bien manchado!” exclamó el estudiante ante los párrafos de un texto fabricado
con las fibras de la razón como ideal de vida.
El
profesor, quien acababa de regresar de una estancia postodoctoral en Budapest,
tras escuchar la exclamación del estudiante, hizo el gesto de los incrédulos y
preguntó, sin pestañear desde atrás de sus gafas azulencas, lo siguiente:
“¿Qué
es lo que está bien manchado?”
“El
texto, profe”, aclaró el estudiante.
“Sigo
sin comprender tu idea”, insistió el profesor.
Los
demás compañeros comenzaron a reírse, sin que para el profesor fuera claro de
qué o de quién se reían.
Luego
de varios cabeceos que delataban ansiedad, el estudiante concluyó: “Sigo
leyendo y releyendo y sigo pensando que el texto ¡está pero que bien manchado,
profe!”
Ya
se observa en este microrrelato cómo es que la comunicación puede parecer cada
vez más esotérica, más código privado, más sociolecto que lengua, más opacidad
que transparencia. Ante una situación como la que expone dicho microrrelato, la
razón y la ética están fuera de combate, pienso. Por lo tanto la educación
también está lejos de alcanzarse mediante claridades. En contraste, considero
que lo que está en combate son fuerzas instintivas, son energías sensoriales,
son intuiciones, en fin, que la comunicación es antes bien consecuencia de
sinrazones y de malos entendidos, por los cuales se llega a creer o a pensar
que se ha comprendido algo; pero algo muy distinto o muy diferente de lo
que ha sido dicho o expuesto.
Quizás,
en un primer momento, el profesor argumentaría, para sí mismo, que los años que
vivió fuera del país son y marcan la distancia de su incomprensión para con el
otro: el muchacho estudiante. En cambio al estudiante, tal vez, en absoluto le
ha preocupado el darse a entender ante el profesor, y lo único que ha querido
es expresar / liberar la sensación incómoda que le ha provocado leer ese texto
entregado por el viejo y arrogante profesor.
Expuesto
así el fenómeno de la comunicación incomunicante atraída en este microrrelato,
diría que el profesor ha adquirido la energía despedida por el estudiante, y
esto mismo le ha dejado en una situación incómoda, con un malestar que ha
querido explicar, tal vez, desde lo incomprensible-emocional. Por otra parte,
el muchacho estudiante, tras de la liberación de su malestar, o en otras
palabras, luego de rebelarse a comprender el texto que no había sido obra de su
elección, consiguió la satisfacción de verse coreado por la risa contenta de
sus compañeros.
Otra
posibilidad sería, también, el juicio que el profesor habrá hecho en contra del
estudiante, juicio que desde luego jamás expresaría públicamente -por las
consecuencias de toda clase de violencia a las que estaría sujeto desde ese
momento. No obstante, su juicio le habría ayudado a liberarse a sí mismo de
toda responsabilidad, y con ello habría sentenciado al estudiante a permanecer
en la prisión de la ignorancia y de la ignominia.
Por
otra parte, también como otra posibilidad, el estudiante, al haber expresado su
emoción con tales palabras, lo que habrá querido es acercar al profesor a que
escuchara el cauce de un río existente a orillas de una incierta y escurridiza
época. O sea, no es que el muchacho estudiante hubiera querido rebelarse, sino,
antes bien, habrá querido revelar las aguas en que desde hace tiempo ha
acostumbrado mojar su lengua.
Que
al inicio fue el caos, o bien, que al principio fue la nada, lo cierto es que
el caos no ha desaparecido, por el contrario, ha sido fundamental para
comprender gran cantidad de fenómenos, incluyendo éste del pensamiento sucio.
Respecto de la nada, imposible resulta ubicarla o darle orientación, pues,
siendo la nada, su existencia radica en un pleno todo que no da lugar ni
siquiera a que se note la sombra de las sucias dudas.
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