En una
revista de circulación electrónica publiqué una entrevista. En ésta había
puesto el nombre de un supuesto escritor de novelas que empezaba a descollar en
un país hispanoamericano, y con esto lo que había hecho era ocultar, o mejor,
borrar el nombre del autor verdadero y que era realmente personaje renombrado
en el mundo de las artes y las letras. Este personaje, que ha escrito libros en
distintos géneros, que ha vivido en diferentes países y que ha hecho del mundo
su templo, es de origen caribeño. Cuando
leí las ideas de este artista y pensador en el libro El mago y sus disfraces, compuesto por un total de siete
entrevistas, confieso que me parecieron muy poderosos sus razonamientos. Al
publicar la entrevista que supuestamente yo había realizado, sabía que era
parcialmente ficticia, y digo parcialmente porque las respuestas habían
ocurrido realmente, mas no habían sido dadas por el personaje literario que yo
había inventado como el supuesto autor de tales ideas.
Quería
comprobar dos cosas; ¿cual sería la reacción del entrevistado original por yo
hacer públicas sus ideas pero como si el autor hubiera sido otro? Por otra
parte, quería conocer la reacción del público; para ello creé una dirección electrónica para conseguir los
comentarios de quienes hubieran leído la entrevista.
La razón de escribir y publicar dicha
entrevista fue porque en una de las respuestas que el entrevistado real había
expresado daba a conocer una posición –la suya-, que me resultó interesante, aunque
muy poco creíble en alguien que se asume como el gran medium que hace viable tocar el mundo en sus profundidades. “Nada
de lo que yo digo y hago es verdaderamente mío”, había dicho el famoso personaje,
y remató afirmando: “Yo no soy más que un medio por el que ocurren y se logran
cosas de valor estético que otros adjudican como mías. Lo cierto es que yo no
soy autor de nada; ni siquiera de estas palabras que ahora ofrezco”.
Al igual que estas ideas y otras
más, las extraje del libro en que se había logrado perfilar la figura de tan
importante artista y pensador, y las coloqué en un orden distinto del original,
pero sin alterar ni una coma de las respuestas consignadas por la periodista
que había hecho la entrevista y que había aparecido en El mago y sus disfraces.
El resultado fue que no aparecieron
en la dirección electrónica comentarios de los lectores. Ignoro las razones por
tan blanco silencio. Sin embargo, más que un comentario, recibí mediante
adjunto una extensa carta del famoso artista y pensador, considerado a sí mismo
–además de un gran medium- un mago
inigualable. En dicha misiva el hombre había vaciado todo el veneno de su alma.
Me acusaba de plagiar todas sus ideas y de que sin duda me demandaría por jamás
haber consignado su nombre como el autor de tan grandes pensamientos en la
entrevista con la que yo, seguramente, había ganado mucho prestigio. Además de
llevar las amenazas por el rumbo de lo jurídico, sus palabras tomaron también
la dirección de lo divino: “Me aseguraré de que nunca más vuelvas a publicar
una sola palabra. Tu nombre ni tu persona abandonarán jamás las sombras de los
drenajes. Rata”.
Fue
así como el famoso artista y pensador, mago inigualable, terminó escupiendo
sobre mi persona su poderoso veneno.
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