Anclados
en la sombra, quietos detrás de la ventana, sin más voz que la que acontecía en
el magín; llenos de inquietud en el fondo de los párpados, vacíos de interés
para lo que restaba de otro día, cada cual con su enigma haciendo y deshaciendo
figuritas en su mente, asomando el ojo hacia el fondo de la ventana y
regresándolo envuelto, frío para calentarlo con la bolsa de los párpados.
Amorli
hacía y deshacía la boca de Ofelia.
Equistrá
dibujaba y desdibujaba el cuerpo de la mujer que había conocido en un sueño.
Kaleidoscopio
del vacío, ambos lo creaban y lo destruían. Desconectados del mundo de las
cosas firmes, reventaban el aliento con suspiros.
Las
figuritas se quebraron y regresaron al lugar donde se encontraban la boca, la
mano, los ojos, allí adentro, mientras Amorli palparía esos labios mojados de
Ofelia, en los que reviviría el primer beso y recordaría la primera sonrisa, y
algunas vagas palabras. Equistrá cambiaría el color de las manos, el tamaño, la
forma de los dedos, la longura de las uñas. Le inquietaría el color
verdeamarillo de esos ojos que lo estarían mirando, debajo de las ungidas cejas
de la mujer del sueño. Con invisible pincel, trastocaría el verdeamarillo por
el verde aguamarino, transparente, dentro del cual aparecerían encharcadas
astillas de cedro y ópalo.
Amorli
sacó el brazo de la cobija y lo dobló hasta dejarlo descansar sobre la almohada.
Breves segundos permaneció con la cabeza apoyada en la mano. Después, con el kaleidoscopio
roto en la pantalla, abandonó el cachete sobre el hombro, en tanto que con los
dedos hizo, de los pelos de su barba, tirabuzones que lo llevaron a recordar,
en un instante, esa parte de Ofelia que ella nunca le había permitido besar.
Equistrá
no se cansaría de pintar la mujer del sueño. Le obsesionaban los
contrastes que había en las líneas de ese cuerpo; palparía en ellas la quieta
presencia del movimiento, el vacío lleno de luz y de sombras, la distribución de
un sentimiento y de una pasión irreconciliables. Palparía lo impalpable en esa
piel apiñonada.
Elevó
la mano y la olvidó en el aire, como si en el aire hubiera estado detenida la
forma de la mujer del sueño. Entrecerrando los ojos, tocarició (((ondulatoria-mente)))
esas líneas y percibió el bálsamo que esos huecos le habían regalado, en el
sueño, al introducir los dedos.
Abrió
los ojos en la madrugada… miraría y le haría feliz reconocer esa sangre que le
estaba quemando en las puntas de los dedos.