En el
proscenio estaban los objetos de la obra, callados en su absoluta existencia para
la mirada de los que estábamos esperando el inicio. La luz y las sombras,
desde luego que estaban bien, muy bien matizadas, muy convenientes para el
texto y la actuación de lo que ocurriría esa tarde.
TIXTLA, 31 de
octubre.- Hace cinco
semanas eran pocas las
mujeres que cruzaban la puerta de metal de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, pero ahora son decenas
las que se han trasladado a sus aulas, a dormir en el suelo y colaborar en cualquier actividad, pacífica o violenta, para la que sean requeridas.
El viejo que había a un costado de las mujeres que estaban
hablando sobre el drama de
Guerrero, no dejaba de soplarse la cara con el
programa de mano, y de vez en
vez hacía como que sacaba la flema que obturaba
la respiración en su garganta.
-¿Encontraron
ya los cuerpos de los 43 estudiantes de Ayotzinapa?
-En
absoluto.
-¿Crees que estén todavía vivos?
-¡Quien sabe!
-Yo no lo creo.
Por otra
parte, allá detrás de las cortinas que limitaban el escenario, comenzó a
escucharse una risa estruendosa, y junto a ésta, ciertos efectos como de guerra. Luego se hizo el silencio; se obscureció la sala y empezó a escucharse una voz, y a ésta se sumó otra, y otra. Todo a obscuras.
Regresó el silencio, y enseguida se iluminó el escenario: apareció una montaña de cuerpos desnudos, sangrantes, de muchachos y muchachas agonizando, y un corrillo de militares alrededor. No más de cinco segundos pudimos contemplar esta imagen macabra. Nuevamente se obscureció el proscenio, y comenzó a escucharse la siguiente música:
El viejo se levantó antes de que acabara la música. Todavía no acababa de abandonar la sala cuando de repente se escuchó un disparo. El viejo se detuvo en seco. Enseguida, detrás de las cortinas tronaron varios gritos y luego todo se volvió un caos de cuerpos corriendo semidesnudos por todo el escenario... Tuvieron que pasar casi dos minutos para reconocer lo que estaba ocurriendo.
Habían asesinado a uno de los actores...