El dudar
en que algunas voces expresaban sus pensamientos, me hacían pensar que todo eso
era incierto, o que era nada más que la permanencia de un juego absurdo con el
que buscaban conseguir algo; el aprecio, quizás, la compasión o algo mucho más
difícil de establecer.
Y ahora
heme aquí, también, queriendo fijar las dudas que tallaron la piel de mis redes
cerebrales, para decir algo tan simple de expresarlo pero tan díficil de creer.
Hablo de una sensación que me apareció tan de repente y que hizo que me
sintiera puerta tirada. Es una imagen absurda, ésta que acabo de echar al
viento, pero es que, hasta este momento, es la única que me ayuda a decir el grandísimo
vacío que me nació repentinamente en todo el cuerpo.
Estaba
leyendo After dark, de Haruki
Murakami, estaba en la parte donde se nos da a saber de los dos meses que lleva
durmiendo, sin parar, Eri Asai, cuando todo el cuerpo se abrió y me vi en una
realidad sin tiempo. De pronto caí en la cuenta de que yo podía existir como un
ser sin tiempo.
Terminé
de leer la novela y volvió a saltarme la sensación de que mi cuerpo se había
hecho polvo. Me sentí, entonces, vano, tan vano como el umbral de un edificio
derruido en el centro de una vieja ciudad.
Algo me
hacía falta, algo que no sabía qué. Ahora que lo sé, ahora que poseo con toda certeza
la carencia del tiempo, puedo decir que la vida mía no tiene sentido, que nunca
lo ha tenido. Antes me había llegado a preocupar, y hasta tuve pesadillas por
haberlo sabido. Pero ahora que soy vano y polvo, que existo en la atemporal
existencia de las palabras impresas, que vivo muriendo en tantas páginas. Ahora,
ahora, no me resta más que exprimir el sinsentido en una sola sílaba: ya, y
quedarme quieto, tan quieto como el lecho de los arroyitos en que se han compuesto
más de un haiku.