Buscar este blog

domingo, 22 de junio de 2014

Mercuriales ríos





Con el tiempo se fue convirtiendo en un texto de fantasmas. Si viviera el autor se sentiría, quizás, libre y transparente. Ya no estaba en su lenguaje la presencia firme de los zapatos ni las botas. Las habitaciones no guardaban más el aroma de los cuerpos en su desnudez, no había ecos de gemidos ni pensamientos peligrosos que atentaran contra el muro de las costumbres.
Era un texto flotante, mercurial para los caprichos de las mentes aturdidas. Ya nada podían hacer las cabezas que se sacudían frente a los abismos de todas esas ventanas cubiertas con espesas telas de araña. Ya esas cabezas sólo esperaban la espada del samurai que se levantaría y vendría desde el más allá para clausurar la visión de los paisajes límpidos, pletóricos de aromas y colores.
El autor ya podía despedirse sin remordimientos de lo que otros habían entendido o creído comprender sobre sus historias. Ya podía cerrar todas las puertas de su realidad y abandonarse al silencio y al abandono. Oscuridad. Nada más que oscuridad se impondría para el autor; pesada oscuridad sobre lo que en otra época le había sido otorgado: muro limpio y amplio. Ahora nada, ni siquiera cal estaba en la piel de sus dedos para pintar en lomos de la bruma su vergüenza.

          Oscuridad. Nada más que oscuridad. En esta atmósfera el fantasma echó a correr la existencia de los mercuriales ríos en el texto. 


(((

)))

(

viernes, 13 de junio de 2014

En el silencio de las grietas






La calle era todo eso que el poema chorreaba en el silencio de las grietas.
Era también el campo propicio para desbaratar la falsa alegría
que caía de cara al cielo, entre voces y gritos.
El cuerpo de la calle se llenaba entonces
sin quererlo tantos
de pesadillas y de otras verdades arrugadas en cabezas
envueltas con la sangre de los intranquilos.
Hurgaban los perros en todas esas montañas de comida
                             afuera de los bares y de otras zonas abiertas al peligro.
Hurgaban los gatos en las sucias cocinas
o en otras casas atiborradas de moscas
en los cuerpos descompuestos por la muerte acelerada con disparos.
Después ya no había poema sino crónica
                                                novela negra con seudónimo y advertencia:
“Cualquier semejanza con la realidad no es mera coincidencia”
Y en el fondo estaba la imagen de una calle / otra calle que era todo eso

que el poema chorreaba en el silencio de las grietas.



sábado, 7 de junio de 2014

Intermitencias






La bicicleta estaba allá
apretada a la sombra del tronco añoso
enorme en su quietud de espera.
Para experimentar la levedad de las mariposas,
que iban y venían,
no fue un viento fuerte el que actuó
recordando el día aquél en que se marchó flotando,
hasta el río,
sobre el camino de piedras.
No fue ese viento pero sí la bicicleta aquella
en que sintió el roce de la vida entre los labios,
y se alegró de no ser piedra
ni tronco ni sabino,
y ni mucho menos,
huella.




Artes apocalípticas

no merecimos un mundo mejor el color de la sangre en los ríos o mejor los ríos de sangre la peste cadaverina en las calles estornudos en ser...