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jueves, 27 de febrero de 2014

Pudor y silencio




El pudor es la cima más alta de la angustia
y el silencio la estrella más fúlgida en la noche.

Rosario Castellanos




No hablaría más de eso
que tumba fina calma
en horizontes de un cuerpo extraño.
Un día como otro día
rebajaría el uso de insinuar,
así fuese por un instante,
que lo cierto no estaba allí,
y nunca lo estaría.

Tan lejano era regresar a lo que había sido,
tan increíble, que ni la noche más profunda
ni el día más abierto ayudaban
para dejar en paz,
así fuese por un instante,
todo eso que ya no era /

ni siquiera duda.


By Morillas

viernes, 21 de febrero de 2014

Ni olvido




Se olvida como el agua
de ese famoso río,
y no va más el soplo
de aquella primera vez
en un rincón de tarde.

Ojalá todo quedara en eso:
en última la primera vez.
Bueno fuera saber que hay otros aires,
otras horas menos controladas;
ya estaríamos limpios,
serenos para acariciar las piedras,
enteros para multiplicar
y dividir:
la noche en las madrugadas,
el día y todo lo bueno que hay
para continuar así
serenos.

Se olvida,
y no hay más que decir,
ni qué creer en lo que ya fue.

Y entonces,
ni primera ni última vez llegan.
Ni soplo ni agua.

Ni olvido.


Yayoi Kusama



viernes, 14 de febrero de 2014

Árbol seco






Más que una sensación, es una idea pegada a las cuevas cerebrales.  Como ocurre con esta clase de fenómenos -de explicación innecesaria-, todo inicia en un momento cualquiera, mas no estoy seguro que esto mismo pueda ocurrirle a cualquier persona. En mi caso, el fenómeno comenzó poco antes del oscurecerEstaba yo mirando el gato que subía y bajaba las escaleras de la casa a la velocidad de los gatos enloquecidos por la soledad y el hambre, cuando experimenté en la punta de los dedos la frialdad que nace tras haber tocado la superficie de un hielo. Fue una frialdad muy local, al grado que en esa zona de los dedos fue haciéndose un hueco como del tamaño de un ojo de paloma.

          Otro día en la tarde, tras haber dormido la siesta, los agujeros en las yemas de los dedos se habían profundizado. El frío había hecho destilar todo el hielo hasta los nudillos, y no había guantes que cubrieran la sensación de pérdida. Luego, lo que siguió estaba no ya del lado de las manos sino en lo más profundo de la mente. Era ya, ahora sí, la idea pegada a las cuevas cerebrales.

          Ya no había gato negro corriendo enloquecido por las escaleras de la casa, lo que había era el cuello de una tortuga abierto y colgando de una rama cobriza de árbol seco, y unas manos, las mías –creo- flotando sobre un charco de sangre negra.

          Lo que se diga sobre esta idea –o macabra imagen-, a modo de explicación, acaba siendo innecesaria, inútil completamente. Ahora veo que mis manos están realmente cubiertas con guantes negros, pero siento que no son mis manos. Pienso que son o que pueden ser las manos del asesino que acabó con la vida de la tortuga que cuelga sobre la rama cobriza del árbol seco. Es esta idea la que está adherida a las paredes de mi pensamiento, y esto, ya no es sensación de hueco en las puntas de los dedos, ni hielo derritiéndose hasta el límite de los huesos. Es una idea que se mantiene a pesar de todos los sueños y de todas las actividades diarias en que me olvido de todo, menos de la tortuga y del charco de sangre negra.


IMAGINA ESTO

IMAGINA ESTO OTRA VEZ

LUEGO

QUIZÁS NO PUEDAS QUITARLO DE TU MENTE

ESTÁ COMPLETAMENTE LLENO DE HUECOS

FRÍOS COMO UN TÉMPANO

Y NO HAY SOL

NI NADA

jueves, 6 de febrero de 2014

Extrañamientos





En las vitrinas eran expuestos los rostros
de la belleza extranjera.
En las calles los habitantes de la sombra
desaparecían. Basura y mugre constataban el fondo
en que se perfilaba la emoción de ser y existir,
junto a muros de grieta honda
y ventanales sostenidos por el azoro.
Silencio de horas hacían flujos de luz
entre los vitrales y la mirada ensombrecida de todos ellos,
que se iban para siempre a otra vida,
menos excluyente que la que se imponía por las manos del lucro
y la soberbia. Otra suerte de repente borraba
el signo de las monedas.
Otra idea, ajena a la voracidad de los insaciables, surgía
para empujar el cuerpo a otras puertas menos aseguradas.
Así por ejemplo:
Un seco hoyo en que hubo charco y luna,
y la mano de los ojos que recogían serpentinas de colores
para el sueño. O algo incluso menos grave que una patada en los talones:
El ruido de los carros y las voces
que reventaban al sol de las 12 en punto,
hora fatal en que la vida o la muerte colmarían el mundo.
Y luego de todo eso, el azul del cielo
oscureciéndose de a poquito,
hasta olvidar todo lo incierto y nefasto que acompañaron
al visitante de esas calles y avenidas.



No había espacio

quería sonar como a eco de palabras sueltas como a sensaciones que se intensifican y  desaparecen  en el infinito tiempo no había espacio ni...