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domingo, 14 de septiembre de 2014

Quietas soledades







People are loocking their doors
and switching off their nervous systems.
J G Ballard


Había dejado de contarse la historia al modo antiguo. El antes de Cristo  o el después de  Cristo, así como el antes de nuestra Era y el después de nuestra Era, habían dado lugar al antes de las WWW y al después de las WWW.

          Lo que había sido dejaría de hacerse así, y lo que vendría ya estaría haciéndose con sueños de agua y de aire.

Las coordenadas limpias en el papel en que habían sido trazadas las rutas para llegar allá y más allá, habían comenzado, primero, a borrarse en el papel de los reciclados, y luego acabaron desapareciendo en los cajones del olvido.

El presente era todo el pasado que iba quedando para los recuerdos de una memoria de contornos imprecisos.

Fugaz recuerdo, incluso, de lo que pudo haber sido.         

          Escalofriaba el segundero que impedía saber en qué minuto exacto había muerto la crisálida.

Un río de caídas libres era el resumen de las horas idas por el viaje hecho con las máquinas de la realidad virtual.

Esperar se estaba tornando en des-esperar.

A partir de entonces, el ser se convirtió en una carga más agobiante que todas las deudas de familia.

Con el tiempo, más cercano que nunca, se había abierto la puerta para que sucediera algo más rápido que la luz.

Con una velocidad así, el ser era todo lo que estorbaba.

El retrato de familia era una ventana abierta al cielo de todas las noches. Noches enteras que no alcanzaban para subsanar heridas ni para ahuyentar los horrores.

Shielding my eyes from the sunlight, I gazed into one of the darkened lounges.
A three-dimensional replica of painting by Edward Hopper was visible below the awning.
The residents, two middle-aged men and a woman in her thirties, sat in the silent room, their faces lit by the trembling glow of a television screen.
No expression touched their eyes, as if the dim shadows on the hessian walls around them had long become a satisfactory substitute for thought.
Cocaine Nights
JG Ballard


Entre paréntesis oscuros, las lucecitas de un piano (Ryuichi Sakamoto) llenaban el pensamiento de quien, tirado de noche en la hamaca de una playa en el Caribe, había dejado de esperar lo mejor.



2 comentarios:

  1. Gran autor Ballard!! Siempre nos deleitas con grandes líneas!
    A Sakamoto lo vi en mi ciudad, todo una experiencia!
    un beso, amigo.

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  2. Gracias querida amiga. Siempre será un gusto saber que lees -y escuchas- esto que ocurre de este lado del Atlántico.

    Un abrazo

    ResponderEliminar

Gracias por asomarte a este blog de instantes

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