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Era una
idea sencilla. De una belleza imposible de olvidar. Se repetía como un
estribillo y no cansaba. Era una idea que se podía llevar con suma facilidad al
sueño.
En el
sueño podía mantener su sencillez la idea. La repetición de esta idea era lo
único que no podía aparecer en el sueño.
((( En
el sueño las repeticiones son síntomas de una locura próxima al despertar.
Aquella
idea no estaba para generar locura sino calma. Mucha calma.
Lo difícil
era hacer ver la idea en otros. Otros, en los que sentíamos tener cerca de
nosotros.
Los otros,
los no cercanos, era todavía más complicado colocarlos dentro de la fresca
suavidad de esa calma-idea.
Difícil,
más no imposible. Podía darse la idea de otra manera de como suelen ser
ofrecidas las ideas. En lugar de exponerla a los inútiles riesgos que conllevan
los signos de la explicación, sería preferible acomodarla en una serie de sonidos
insignificantes, y así, con el rumor que suele presentarse tras ciertas
catástrofes, soltarla, dejarla resbalar por los agujeros de lo inesperado.
Luego,
no enseguida, sino luego, bien podría aparecer alguien tan desatento a las cotidianas
responsabilidades, que se convertiría en testigo de la idea, y sentiría –como nunca
en él ni en ella- todo el asombro que deviene cuando algo tan aparentemente
insignificante se ha metido en la piel y no lo abandonaría a uno ni en sueños.
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