Le cayó
el muro encima.
Lo aplastó.
No había
nadie que sacara el cadáver de entre los escombros.
Fueron
las moscas, primero, las que se hacinaron en la mano que asomaba, sangrante, entre
los adobes. Luego fueron los zopilotes los que escarbaron con el pico y las
garras. Tragaron lo necesario y abandonaron los restos al gusanal.
No había
hecho testamento ni había dejado instrucciones de qué hacer con su cuerpo muerto.
No había dejado por escrito que lo incineraran ni que echaran las cenizas a un
río / a un lago / o al océano.
Allí quedó.
Allí desapareció
en los poros de la tierra.
Huy..qué ha pasado....he comentando lo genial que es!!
ResponderEliminarGracias, singular amiga, por tan espontáneas palabras,
ResponderEliminarUn abrazo