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miércoles, 28 de mayo de 2014

Casi un día




     Amanece. Te levantas, sientes la suavidad de la luz y el peso de las sombras; sonríes, mirando por la ventana adonde están las jacarandas colmadas de flores lilas, maravillado de saberte vivo. Pero ocurre que ese  mismo día, en los momentos previos a acostarte, mientras vas quitando los calcetines, experimentas el peso de no haber resuelto el problema que surgió en la tarde. Oyes todavía, como si estuviera a un lado de tu oreja, la voz del jefe gritando, reclamándote sobre el asunto que el  señor Jiménez había presentado la semana pasada. Con mucha rabia, como si en ese instante se fuera el asunto del señor Jiménez, tiras el pantalón hacia donde está la silla y ves cómo resbala y queda hecho un bulto, y sientes que en ese bulto ha quedado encerrado el día entero, vacío y sucio, gastado inútilmente como tus viejas botas.

 

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