En
la enfermedad pueden suceder ideas que obsesionan. A cuarenta y tantos grados
de temperatura en el cuerpo y tras varios días de intenso trabajo intelectual,
nada raro puede resultar que se piense, por ejemplo, que de este lado del mundo,
la lucha de clases es inexistente. En verdad que en los medios de comunicación
la insatisfacción social no aparece. Todos los daños que son presentados y
representados por la mayoria de los mass media de este lado del mundo, pasan
por ser expuestos en la naturalización de hechos, como si fuera lo más natural
que existan psicópatas disparando a las multitudes, o que se condene a muerte a
un sujeto que dio muerte a otro sujeto.
Viendo
la manera en que dramatizan los meteorólogos los hechos de la naturaleza, hasta el grado de presentarlos en clave de
epopeya, y por el contrario, que los hechos de la sociedad sean expuestos como
si hubieran sido producidos por las atmósferas sucias de la tierra, viendo esto
así, nos lleva a creer que hay todavía quienes se obstinan en presentar a la
naturaleza como el origen de todo el mal, y al bien, como una propiedad de
algunos poderosos.
Luego
de presenciar de este modo los hechos en la televisión, la enfermedad abrió las
puertas al teatro de las exposiciones críticas. Una exposición crítica
comenzaba o tenía como título de entrada
los movimientos sociales de transformación y pérdida. Lo que en algún
tiempo se pensó de las revoluciones sociales, éstas acabaron rebajadas en el
discurso de las sociedades avanzadas y democráticas nada más que a revueltas
sinsentido. En tanto que por contraparte, el sistema económico de explotación
se ha mantenido como la cosa más natural del mundo. Ante esto, bien se puede
afirmar que la explotación del hombre por la máquina llegó para ser situada en
los mismos términos que se pìensa y se habla de los grados de temperatura.
Hablar de un frente frío como hablar del cierre de una industria y la apertura
de esta misma en otra zona del globo, parece ser, por el momento, propio de una
realidad indistinta en la psique social.
La
pérdida –enumerar todo lo que se ha venido perdiendo del ser humano; si es que
alguna vez existió realmente ese ser humano del que hablaron y escribieron
filósofos y poetas, novelistas y ensayistas- sería tanto como hacer la versión
de un apocalipsis de esta época inernetizada.
Por el contrario, ahora el hombre de las sociedades desarrolladas,
tecnologizadas, ha venido radicando o ha sido convertido en poco menos que un
fantasma, ahora ha dejado de tener sentido aquello que Marx había concebido: la
explotación del hombre por el hombre. Ahora la tecnología ha hecho posible
prescindir de capas sociales utilizables para su explotación. Los sistemas de
producción han llegado al extremo de hacer de la basura un tesoro, y del
humano, una realidad despreciable. Cuando este mismo sistema de producción haga
de la mierda oro, entonces la mayoría de los humanos nacerá sin culo.
Mientras
tanto, la calma chicha se sostiene entre la cara y la pantalla de ese objeto al
que se le ha adjuntado inteligencia y poderío.
El
punto clave que hacía pensable al ser humano –si alguna vez existió, insisto- ha
terminado diluyéndose entre las capas de los delirantes palimpsestos de la
sociedad del espectáculo, en los que declarar los abusos perpetuados y perpretados
a base de frecuentes mentiras, ha resultado cada vez más fácilmente deglutibles por el
digestivo sistema con que ha venido adquiriendo vida el gigante de invisible
rostro, adorado y odiado al mismo tiempo por los millones de seres que pululan
en un cada vez más horroroso y contaminado mundo.
Hasta
lo insoportable, lo más insoportable, sin duda, puede pasearse por las calles
con la naturalidad propia, o mejor, con la normalidad aceptable con que lo hacen
algunas muchachas dirigidas por sus finos perros.
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