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lunes, 14 de abril de 2014

Brevedades




Con óleos y amapola fue quitando las asperezas de su piel. 

Igual que ríos de mercurio atravesando oscuridades, concibió Mariana su pensamiento.
Todo su aroma acompañó el dilatado paseo de las manos por los hombros, por los brazos, por las piernas, percibiendo a la vez el desplazamiento que hacía con su sombra la invocación en las sábanas, la ilusión de las formas inmutables. Grato le resultó columbrar la sostenida caída de un cabello finísimo por el espacio, y más placer le entró al percibir en la punta de la hebra las brevedades de un torbellino que se hizo en uno de los taludes que había esculpidos en la manta. 

Con fruición aspiró la fragancia de áloe. 

Por todos sus poros experimentó el colmo de la vida. Después de postrarse en el centro de la cama -los talones bajo las inmaculadas nalgas, los brazos en cruz sobre sus pechos-, cerró los ojos y se dispuso a meditar. Tras los instantes que tuvo que emplear para quitarse al mundo de la conciencia, se fue yendo algo de su cuerpo a un mar cósmico. En alguna parte de la vida se encontró con el alma suya, bogando en las aguas de un océano inconmensurable, bañado de sol y de cielo transparente, y en donde no podía saber con toda certeza si estaba en la Tierra o en dónde.


Volvió de ese viaje con la cara bañada en lágrimas.




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