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lunes, 6 de enero de 2014

Extraño en la costumbre







“How do you prepare the cactus?”, me preguntó la muchacha, mientras iba ordenando las frutas y los vegetales en las bolsas del mercado.

“Excuse me?”, reaccioné con los ojos puestos en la botella de leche que había empezado a flotar por sobre varias cajas de cereales, rodeados por un mar de voces y el soplo helado que entraba por las puertas corredizas de cristal, cada vez que las personas entraban o salían.

          La mucha volvió a repetir la pregunta, y entonces yo, como si estuviera adentro de una cápsula de hielo, hablé con la voz temblando, casi sorda en la helada mañana y chapoteando mentalmente para encontrar la tibieza de las palabras que necesitaba decir. Con burbujas de hielo como puntos suspensivos, fui inventando la receta en que alguna vez había preparado los nopales para aquella cena de celebración en Guadalajara.

          Mientras iba diciendo la receta, la muchacha no pudo esconder el espanto que le provocó saber del platillo hecho con la alegría de las horas para aquella ocasión, en una ciudad totalmente ajena a los aires artificiales y a las tablas en que se avisa de la cantidad de grasas y calorías y de azucares y en fin, no estaba en sus costumbres para la muchacha probar o haber probado las mezclas y las texturas hechas con la imaginación de otra época, tal vez prehispánica, de la que yo tenía como origen los sabores y las delicias de mi infancia.

          “It sounds good!”, fue lo que ella acabó expresando. Enseguida coronó el carrito de la compra con el paquete de tostadas y sonrió –para el fantasma que miraban sus ojos- diciendo la acostumbrada frase: “Have a nice day!”


          Yo ya no estaba para cortar la lengua en los helados filos de la mañana, metí la cabeza adentro de la caperuza del abrigo y salí a enfrentar los latigazos del viento helado. En el carro recuperé el calor que me faltaba, encendí el motor y me fui escuchando la música que me ayudaba a regresar a la isla en que vivía desde hacía algunos años.


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