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miércoles, 31 de julio de 2013

Al gusto de Saturno









La vida es, a veces, una palabra; otras, una sensación. Pero nunca está todo lo que la vida conlleva de infinitud en la palabra vida ni en la sensación de estar vivo.

Sin embargo, (((¿Sin embargo?))) en este sistema mundial de libre mercado, la palabra vida se ha vuelto sinónimo de la palabra trabajo. Y así también los verbos vivir y trabajar, según parece, han sido convertidos semánticamente en vocablos equivalentes.


¿Si no hay trabajo no hay vida?

La vida como trabajo. (((¡Qué asco!)))

Vivir es trabajar. (((¡Qué absurdo!)))

Trabajar es vivir. (((¡Cuánta estupidez encierra esta afirmación!)))

¿Un desempleado es un muerto?

¿Podría haber alguien realmente imbécil como para hablar de los desempleados  a guisa de seres muertos?



La vida. La salud. Una y otra juntas se vuelven casi mercancías, si no es que son ya verdaderas mercancías. Alguien con vida y salud es alguien que “vale mucho”. Las aseguradoras están dispuestas a pelearse por esta clase de mercancías. Son verdaderas minas de oro. Y más si se trata de una persona joven y sana. Los poderosos del mercado y de la producción se disputan esta clase de mercancía -antes llamada solamente fuerza de trabajo. No digamos si a esta persona joven y saludable le añadimos belleza, educación y mucha voluntad para integrarse a las fuerzas del mercado y de la producción ilimitada, entonces, el futuro se hace promesa de dicha. Pero dicha promesa no necesariamente se vuelve cierta ni segura para estos jóvenes bellos y sanos, y que a veces andan por el mundo como si fueran inmortales.

En fin, el mercado es la gran boca devorando todo aquello que tiene vida y plusvalía.







jueves, 25 de julio de 2013

Vida efímera





Iban cayendo las palabras hasta hacerse polvo azul. A un lado de ese vacío las formas surgían y se elevaban con la calma leve de vapores grises.

El pensamiento componía y descomponía los gusanos de tu vida efímera.

Un instante después llegaba una mano y levantaba la madera que encerraba el teclado de un piano vertical. Las teclas estaban un poco gastadas; el marfil amarillento y algunos bemoles despostillados.

Luego de presentarte la carretera del teclado, la mano se posó en la zona de las notas agudas y tocó una escala cromática en semifusas. Varias veces repitió la misma escala modulándola con distintas figuras y en distintos ritmos. Con la suma de notas se formó un lago transparente.

La mano se convirtió en mariposa de colores brillantes.

Mariposa enorme de pétalos temblorosos sobre un fondo negro.

Se hizo el rostro con el movimiento alado de muchas mariposas, y de la boca surgieron cantos breves, acompañados por la mano que tocaba el piano.

La oscuridad y el silencio borraron eso que había estado haciéndose en la pantalla del ordenador.

Timbró el celular.

Una ola fría golpeó tu pecho.

Escuchaste: Lo siento… acaba de morir…

El nudo en la garganta no te dejó hacer ninguna pregunta. Además, estando tan lejos, para qué.

Apachurraste la tecla. El remolino en la cabeza te metió en lo más hondo de ti.

Te levantaste.

Para quitarte el dolor y el mar de imágenes que se te habían hecho, hundiste los auriculares, pusiste al máximo volumen la voz de Amy Winehouse y te fuiste yendo.


Back to Black.  




sábado, 20 de julio de 2013

ESSSSSSH





En el fondo se escucha Clan of Xymox, y más adentro el pulso de bestias trepidando en los oídos de quien sueña. Al otro lado de la puerta gritan las voces del mercado. Es de noche. Pero en el cuento que se va haciendo fuerte, es de día y las calles se llenan y se vacían de figuras. Multitud de colores. Efervescente mar de fragancias y de rostros y de ropas que se evaporan. A veces el cielo está claro. Lo cierto es que nada está quieto. Todo es ruido y movimiento.

          Y como todo lo que llega de repente, surge un restaurante en una esquina de una ciudad. Innombrable, por cierto. Allí adentro del restaurante las voces no gritan. Adentro todo es mumureo y algunas risas sosegadas, gestos que dividen el tiempo. Las emociones cobran forma en quienes comen y beben. Las sensaciones ocupan todos esos instantes. Una palabra y luego otra palabra. Un acercamiento, y en la levedad de la luz punteada con rebrillos provenientes de los carros que atraviesan la intersección, todas las posibilidades de la creación y el olvido se derraman en el afuera.

          Felisberto estaría satisfecho de encontrarse detenido, tal vez, precisamente en ese lugar en el que hay tantas dimensiones conformadas en distintas mesas. Pero la velocidad en que todo se hace y se deshace a orillas de los manteles y sobre las tabletas que algunos comensales atienden, el ruido en que flotan los gestos de las camareras y camareros que deambulan sorteando bandejas casi irreales; tan veloces cuerpos, tan atentos y alegres, que harían pensar, antes bien, en otra prosa y en otro pensamiento distinto al del maestro para tratar de traducir toda esa efervescencia en que el instante revienta multicolor y multigénero.

          Clan of Xymox continúa oyéndose en el fondo, y también el pulso de bestias trepidando en los oídos de quien sueña e ignora que alguien acaba de llegar -sin imaginar este otro personaje lo que fue entrevisto antes de que abriera la puerta.


Allí el silencio es un cuerpo de mujer desnudo en tibia luz de lámpara esquinada, es un beso leve en la espalda, es el cansancio que se resiste a caer con el par de calcetines húmedos,  echados afuera de las botas. Es… otra realidad distinta de la mujer que está durmiendo.




lunes, 15 de julio de 2013

Pulcros necios








Después de años la cabeza comenzó a rodar a solas.
Pensaba en lo que haría y en lo que no haría.
Llegaba la noche y nada de lo que había pensado estaba
en la tarima de las cosas sorprendentes. 
El vacío de las horas, no obstante, había que registrarlo 
con el lenguaje de los ruidos en las azoteas.

Los hechos flotaban entre aduanas y laberintos.
Eran testigos de lo que iba desbaratándose en los puños de los necios.

Los pulcros necios, atentos a la orden de los sacrificios, reían
todo el tiempo. Días enteros reían de saberse elegidos.
Sepultureros. Idiotas al servicio de los famosos asesinos.

Los hechos flotaban entre aduanas y laberintos.
No había ecos de caídas estruendosas en el agua.
No había cuerpos enteros que soportaran la cuenta de las catástrofes.

No había perros que ayudaran a atravesar los ríos de la muerte.








viernes, 12 de julio de 2013

Inesperada visita





El abuelo José tan entero siempre. Siempre buscando que las cosas estuvieran en su orden. Era otra época la suya, es verdad. No había redes ni virtualidades cargadas de ilusión. No había CD´s ni I Pod ni tantos aparatos ni códigos para irse acomodando en los vaivenes del existir a diario. La complejidad de la vida era de otro estilo; estaba menos cargada de artificios y no se necesitaba de tantas habilidades tecnológicas para ser vivida y entendida con la magnitud del estar a solas, o como le gustaba decir al abuelo: del ver con los propios ojos la realidad.

Resulta comprensible, entonces, o hasta cierto punto incomprensible, que al abuelo José, conociéndolo tan entero, lo sacara tanto y tantas veces de sus casillas el ver tirados los elepés en todas partes de la sala tras una noche de fiesta y discusión hasta horas de la madrugada. Y es que a los hijos, o sea, a mis tíos y a mi padre –de quien aprendí todo esto que ahora cuento o invento sobre el abuelo-, les gustaba hacer uso de toda la discografía que tenían en casa, haciendo con tal orden y desorden de canciones la crónica de sus sentimientos y de sus conquistas amorosas. Pero todo esto -según le oí decir a mi padre- al abuelo le tenía sin cuidado; lo que a él le desquiciaba era la falta absoluta  para separar lo que era propio del día de lo que era propio de la noche. Y era así, entonces, que, sin pensarlo dos veces, se iba a cada recámara y sacaba a los juerguistas para que metieran en sus respectivas fundas cada uno de los discos. Y después no los dejaba irse a continuar durmiendo la mona sino que los ponía a limpiar todas las cosas que habían quedado sucias y desordenadas.

Pero una de esas noches, al abuelo se le fue el coraje hasta llenarlo de locura, y no fue por alguna de esas fiestas que hacían los hijos con cualquier pretexto, sino que estaban viendo la televisión cuando, sin decir ni agua va, se levantó y se puso a patear la mesa de centro, y más todavía, agarró el búcaro que servía como ornato y se lo tiró en plena cara al hombre que estaba dando el noticiario. En esos momentos la abuela estaba en la cocina preparando el café con leche y las galletas, y había creído que todo eso que se oía –la abuela tenía problemas con ambos oídos- era porque en el televisor estaban pasando una de esas notas en que la guerra es el tema, y el escándalo formaba parte del script. Fue por esto que al llegar y encontrar al marido hecho una furia, quedó congelada, con la charola en que estaban las tazas y los platitos con galletas temblando.

-¿Y ahora?- Terminó por decir la abuela, con los ojos abiertos y llenos de miedo.


Pero fue entonces que tocaron la puerta, y el abuelo, temiendo tal vez que fuera algún vecino escrupuloso, abandonó la sala y a la abuela a su suerte y se internó en el pasillo donde estaba el cuarto de baño.





jueves, 4 de julio de 2013

Pasajera verdad




Quiero que me veas. Pero no quiero que sepas mi nombre. Mi verdadero nombre. De hecho, tampoco la foto que he puesto en la red corresponde a mi persona. Solo soy un personaje en esta loca realidad de todos los días. Este es el mundo donde expreso el que no soy, donde expreso la locura del no ser y del no estar.

Mi verdadero nombre, por el que me dieron vida y muerte los árboles, las plantas y las palabras, digo –y lo callo-, que mi verdadero nombre es sagrado, pero no mi cuerpo, ni mi pensamiento ni nada de lo que escribo. Lo real nunca será sagrado.

Me gusta este juego del no estar en lo que digo como cierto, me gusta el no estar en parte alguna. Me ilusiona saber que por lo único que vale la pena vivir está del lado de lo imposible. Me aburren las cosas que ocurren o que ocurrieron. Tan sólo me da alegría saber que todo está siempre por suceder. 

Me apasionan la indefinición, el desconocimiento y lo que se va con los sueños.

Encuentro el oxígeno en la poesía. 

Lo otro /lo demás me asfixia.

Todo esto que he venido diciendo no va más allá del instante. Mañana es probable que nada de lo que ahora digo me importe, o mejor, que a nadie le importe. ¿Indiferencia? No creo. Más bien olvido. Borradura. Salto hacia otro rumbo. Desconocimiento. Precisamente desconocimiento. En fin, lo hecho hecho está, y deja de tener interés para mí. Sobre todo en este momento en que escribo a través de las aguas de un río de oscuridad y murmullos.



Artes apocalípticas

no merecimos un mundo mejor el color de la sangre en los ríos o mejor los ríos de sangre la peste cadaverina en las calles estornudos en ser...