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viernes, 31 de mayo de 2013

Última noche




Hablaba solo. Se asomaba hasta el horizonte y hablaba de lo que sus ojos iban acercando, mientras manejaba el bocho verde oliva con rumbo a su casa.

“Todo empezó así”, decía, “y todo seguirá así”. Después sacudía una mano y se ponía a esperar el regreso de lo que se había ido con cada sacudimiento.

“Al cabo de tantos años, descubrir toda la gran mentira en que nos hemos puesto a jalar la carreta. Todo para ver cómo se va yendo y desapareciendo eso que creíamos cierto y verdadero”.

Cuando no hablaba se quedaba dormido en cualquier silla, y poco importaba la hora y el lugar. Se quedaba completamente dormido en el salón de clases, detrás del escritorio mientras hacía leer a los estudiantes alguno de los capítulos del libro de texto que había venido utilizando desde hacía muchos años, y no despertaba hasta que llegaba el siguiente profesor y lo sacudía para que dejara el lugar. Entonces se levantaba y salía del salón balbuciendo.

Adentro del coche, miraba el reloj, y luego de asegurarse de que estaban todas las puertas bien cerradas, descansaba la frente en el volante y dormía hasta que el sofocamiento y el sudor lo despertaban.

De regreso a casa volvía a hablar sobre todo eso que había delante de los ojos, o bien, sobre todo eso que le iba pasando adentro de la cabeza.

Pero llegó la noche en que manejando su viejo bocho se quedó dormido y no despertó jamás.


Han pasado algunos años desde aquella última noche en que murió el tío Ramiro, y según parece, uno de sus hijos, el primo Javier, ha comenzado a hacer lo mismo que su padre, pero con la diferencia de que aquel actuaba como profesor y el primo es chofer de taxis.


jueves, 23 de mayo de 2013

Sacudimientos







Hacía tiempo que no despertaba entero en los flujos iniciales del día. Extraño. De hecho, me parecía imposible estar respirando la realidad de las paredes junto a todo lo de afuera que entraba por puertas y ventanas, como lo hacía en otros años y bajo otras circunstancias.

Suave y completa en cada aliento emergía la realidad. Diferente a otros días. Distinta de otras mañanas.

Inevitable fue encontrarme, sin embargo, con la sensación de saberme cortado por la orilla de las sombras. Podía esperar entonces –sin falseamientos de ninguna especie- los abismos que se abrirían con cada parpadeo, tan necesario éste como aquéllos para transitar a distinta velocidad entre los agujeros de la vida.

Pero antes de sacar el cuerpo de las sábanas, todavía bajo los efectos del sueño que me hacía ver las cosas quietas y distantes, medité en las horas que se me fueron sin hacer nada verdadero.

¿Cómo hacer algo verdadero –pensé- sin el miedo a morir en el instante? ¿Cómo experimentar realmente la necesidad de no ser alguien falso, o de ser nada más que apariencia chapucera?

Al poco tiempo de haberme preparado para salir a trabajar, el miedo reapareció y empezó a descomponer el trazo de las formas.

Por ese rumbo de descomposiciones, en campo lleno de ruidos blancos, había que ir, es cierto, con el fantasma atorado en las pupilas. Además, había que caminar experimentando miriadas de asquiles en todo el cuerpo, y esto sin contar la desesperante comezón que nacía en la espalda adonde los dedos no podían llegar para desabaratar los torbellinos. Helados torbellinos. En suma, había que afrontar en la calle el ajetreo que podaba las imágenes del afuera y del adentro, había que hacer hasta lo imposible para no tallar la espalda contra las paredes y quitar, así como cualquier otra bestia, tanta comezón y tanta ansiedad de polvo en las pestañas.

Pero como todo lo que es minúsculo y casi invisible, en un instante los asquiles abandonaron el trayecto y se fueron a otra realidad.  El fantasma se echó a llorar y a mi se me perdieron los datos precisos en que había venido orientándome. En pocas palabras, estaba hecho un corcho, otra vez, sobre el oleaje de un extraño día.





sábado, 18 de mayo de 2013

Años después







Era enorme la ola. 

Enorme. 

Era la bocanada primera de un tsunami.

Más acá, muy acá, la hormiga laboraba sin sentir nada. 

Nada sabía de que allá venía la enorme ola.

Después apareció el pánico. 

Todo se volvió pandemonium. 

Gritos. Muchos gritos. 

Y entre tanto pánico, cantidad de olores ahogaban la mente.

Una hora: 

INCONTABLES MUERTOS Y DESAPARECIDOS.

Otro día: 

pequeñas historias de sobrevivientes.

Años después vendría el recuerdo de aquella hormiga que 

laboraba sin sentir nada.

Pero los gritos, y también el mar cargado de olores, jamás 

abandonarían el cuerpo que ahora yacía tirado sobre el viejo 

catre de lona verde.

Los gritos, para evitarlos -o casi acallarlos-, el hombre 

llevaba puestos unos audífonos en los que escuchaba, 

desde hacía meses, conciertos para piano y orquesta de 

distintos compositores.

En este instante, precisamente, mientras yace tirado en el catre, el hombre está escuchando el Concierto No. 2 de Rachmaninov.



miércoles, 15 de mayo de 2013

Del otro lado del puente











otro idioma o ninguno

y caerse en medio de todo lo impensable



llorar sin saberlo

tocar sin decirlo


otros sueños y el olvido

pasar de años y de pronto

estar ante todo eso que fue 


en un fragmento

de olvido y de sueño


la hora de morir será

después de todo

la hora de la verdad






la hora de la verdad será

la ausencia de ese otro idioma



tan lleno de muertos el mundo

incluso más de los que todavía no han muerto

sin contar / desde luego

los que acaban de gritar en este instante




viernes, 10 de mayo de 2013

Galletas chinas






Es en el otro que nacen ciertas historias. Aparecen de pronto, como en la piel de ese otro cuerpo, la sensación de lo que llegará a ser calle, y voces que dicen lo que no es apuntable, porque de hacerlo así, es probable que se le vaya todo el encanto de los ruidos arrastrando tantas cosas

(((

             para la imagen de esa verdad que surge tan de repente.

            Y así, como una nube limpia de carbones, llega en el otro la idea del corazón en las galletas chinas

((( esto que sigue no es del otro necesariamente, sino de alguien que se aferra a untarse en los labios de un instante:

Para quien suele acomodarse bastante bien a los anticipos, o mejor, para quien le angustia verse de pronto en situaciones que no llegaron acompañadas por causas precisas, saber que en el otro apareció la idea del corazón en galletas chinas, puede que le ocurra una herida. Nada extraño que esto le suceda, pues nunca los accidentes terminan siendo inútiles; por el contrario, después de ellos aparece una cierta lección, y con ésta se alcanza a apreciar todo lo útil que produjo el accidente.

De nuevo en la piel del otro, éste abre la cajita de cartón en que ha venido guardando los pensamientos que alguien puso en el corazón de las galletas chinas, y entonces hace con tales pensamientos un juego de escalera dadaista.


You are a true romantic
You are guided by silent love and friendship around you
You are able to do what others say can´t do
If a man has common sense, he has all the sense there is


Ve la escalera de batientes largos y separados por meses. Cada mes es cuando se le viene el antojo de comer comida china, y cada mes recibe una galleta y adentro de ella un pensamiento, que acaba siempre en el silencio de la pequeña caja de cartón.

Después de mirar esto, el otro abre la otra caja y asoma el pensamiento a las redes del otro mundo. Oprime la tecla y sale un icono. Escribe la frase y en un instante aparecen diversas opciones.

Diversos lenguajes.

Diversas posibilidades.

Ejecuta. 

Surge la imagen del hipertexto en que el otro parpadea un instante. Cierra los ojos y vuelve a experimentar el estornudo que desató la lluvia dorada en su noche aquella. Huele la tierra de la calle a oscuras. Resiente el temblor de los labios de ella sobre su espalda. Y la tristeza, nuevamente, encerrando la cara, mientras el otro mira el fondo en que el hipertexto pronuncia multiplicidades.



jueves, 2 de mayo de 2013

Bajo otro cielo







Pozo negro será un momento

O desaparición completa


Inexplicable a la hora precisa

En que se hará bruma.


No evitarlo. Dejarlo ser realmente

Inevitable.


Descubrirse así

                           En los estornudos

                                   De un cielo crepuscular espeso.



Ya será con esto que se habrá trazado

El desacomodo,

                             El descentramiento

                                          Y la falta de todo.



Sin lugar es deseable.

De hecho es preferible no ver hacia esos filos de sombra inmóvil.



Tampoco conviene estar pendiente

De lo que se irá escurriendo todo el día y toda la noche

                                      Al final, quizás, aparecerá el fuego fatuo

                                            Y será suficiente borrar el redondel de otro cielo

Más oscuro que la noche

                              Incluso, más increíble que el origen

                              De lo que pudo haber sido para siempre.




No había espacio

quería sonar como a eco de palabras sueltas como a sensaciones que se intensifican y  desaparecen  en el infinito tiempo no había espacio ni...