Buscar este blog

domingo, 31 de marzo de 2013

Oscurecimiento









Ya estaba otra vez el hueco:
Exaltado flujo de otras formas.

Lo informe de otros horizontes.

Otra vez el derrumbamiento de los espesos lodos
Enrojecidos con tantas sangres de crepusculares muertes.


Opalescente cielo
En zonas de otros párpados.
Rayoneado temblor:
Paraísos
Nubes
Oscurecimiento absoluto.

Descontrolado sigue el cuerpo
De las letras en el pensamiento.

Lleno se vacía y vuelve hasta el colmo.

De un lado el murmurar de los perfiles.
En el otro lado lo que se fue perdiendo.

Y a la orilla de todo esto:
El vuelo de una mosca hambrienta.




viernes, 22 de marzo de 2013

Como si grandes mentiras









Las palabras siempre.

A veces las ideas. La música.

Oh, la música. Sin palabras.

Otra realidad.

Otras formas en que asusta la verdad.

Cierto. El sueño.

Desdibujándome a diario.

Objetos destruidos como si grandes mentiras fueran.

Un cometa o una estrella.

Es más una sensación de abandono. De fuga.

Y dicen:

Que el cosmos está yéndose

Que todo irá oscureciéndose

Que ya no serán más estrellas

Otra imagen. Entonces.

Otra palabra. Otra música.

Objetos destruidos.

Todo podría estar lleno de ellos.

Como si grandes mentiras fueran.






viernes, 15 de marzo de 2013

Irrepetible



((((((aquí pudo ir una imagen pero......))))))



No diría la misma palabra
Ni iría por la misma calle.
Entre la cortina de ensoñaciones,
Ensimismado en su propia ausencia de recuerdos,
Trataría de conocer la forma de lo que es siempre
Distinto.
                       El deseo como un eco
                               O también de otro modo
                                    El planteamiento que se escanciaría
                                            En dudas o en algo semejante al olvido.


Un ojo abierto al cristal limpio de la tarde,
Un acopio de suspiros ensuciándose
En el núcleo ese de remolinos
Que se desbaratarían:
                                                 
                               Reverso de caídas hasta el cielo
                                      O hasta ese lago quieto en que faltaría,
                                           Lo que desde siempre ha faltado:
                                                 Asegurar lo que es ya de por sí /
                                                        Distinto.
                                                                           

((((la música -según parece- ha sido llevada para celebrar el dinero))))

domingo, 10 de marzo de 2013

Entre máquinas







No se podía ir la imagen de mi cabeza. Adentro de mi mente pataleaba toda vez que escuchaba el paso de los aviones afuera del apartamento.
Allí seguía el enorme avión, detenido en la pista, con los motores encendidos. También allí, continuaba la otra pequeña máquina –un robot- investigando el funcionamiento de las hélices, la resistencia de las ventanillas en que estarían detrás de ellas los pilotos, y las otras ventanillas, las de los pasajeros. Todo el cuerpo del gigantesco avión era leído por los ojos telescópicos del robot que se desplazaba sobre una patineta alrededor y debajo del gigante.
En esta pequeña máquina radicaba la evaluación del funcionamiento de la otra máquina: gigantesca máquina. 
El robot leía y enviaba la información al cerebro de inteligencia artificial, invisible para nosotros, la cual era la que daba la aprobación o desaprobación del funcionamiento en que operaba el gigantesco avión.
Con dicha construcción de imagen (((apoteosis de la tecnología en robótica: made in television))), se me fue yendo el tiempo de un día entero.
En la madrugada de otro día sin rostro, fue verme corriendo –subiendo y subiendo; nunca bajando o deslizándome- sobre médanos de un desierto infinito.




viernes, 8 de marzo de 2013

El abuelo de mis hijos









El otro día el abuelo de mis hijos –como si se tratara de la cosa más natural del mundo- le pidió al cielo cosas ajenas a la realidad que lo había acompañado desde que murió Isaura, su mujer. Decirlo suena sencillo, pero haberlo escuchado decir a él, un viejo con doctorado en medicina y con bastantes años entregados al estudio y la meditación, lleva –en nuestro caso, a mi mujer y a mí- a no dar crédito, o al menos, a quedar fuertemente impresionados.
          Era un sábado que parecía igual a otros sábados en que nos reuníamos a comer y charlar. Estábamos en los postres, o más allá de los postres, en la copita de licor y tabaco, cuando el abuelo de mis hijos se levantó. Supuse que iría al baño o que se había levantado nada más que para acomodar los perniles. Pero no fue así. El abuelo se puso a invocar a sus penates y a pedirles, con la copa en alto, que le devolvieran la risa de Isaura, el canto de Isaura, la mirada de Isaura, el cuerpo de Isaura...
          -¡Papá, por favor! –intervino mi mujer- ¿Acaso se te ha subido el brandy?
          Pero el viejo ni oyó ni hizo caso de las amonestaciones de su hija. Continuó invocando y pidiendo, todavía con la copa en alto, hasta que se le fue la voz y cayó en un estado de absoluta inconsciencia.
          Mi mujer se alarmó. Lo tomó de los hombros y lo sentó en el sillón horizontal, y se acomodó ella también junto a él.
          El abuelo de mis hijos no cerró los ojos ni cuando Nicanor –nuestro hijo- entró corriendo y azotando la puerta detrás de él.
          -¿Crees necesario llamar un médico? –me consultó Helena.
          -¡Pero si lo tienes a tu lado! – le solté mi asombro a ella. A quien noté, por cierto, que estaba más preocupada que cuando se le había detenido la regla, el tiempo suficiente como un claro aviso de que estaba en camino el tercero de nuestra estirpe, Mariana, quien en ese preciso momento estaba jugando con unas amigas imaginarias en el jardín y ni se enteraba de lo que estaba ocurriendo en la sala de la casa de su abuelo.
          Después que dije lo que dije a Helena, el viejo dirigió su cara adonde me encontraba y me dejó ver la profundidad en que habían caído sus pensamientos, o si se quiere, me inquietó notar la más absoluta ausencia de brillo en sus ojos. Fue como si en ellos la negrura de las pupilas se hubiera expandido hasta ocupar la zona esclerótica. No sé si lo pensé en ese instante o si es ahora que lo pienso, al ver esos ojos tan abiertos a la nada, tan llenos de sombra espesa, me hizo pensar en la transmigración de las almas.
Lo cierto es que Helena levantó su brazo derecho y se puso a pasear la mano frente a los ojos de su padre, diciendo: “¿Qué te ocurre, papá? ¿Por qué no hablas ni parpadeas? ¿Qué sientes? A ver, dime, ¿qué es lo que está paseando delante de tus ojos?”
          Entonces Nicanor salió del baño y se detuvo para averiguar lo que estaba ocurriendo.
          -Regresa a la calle –ordenó Helena.
          -¿Se ha puesto mal el abuelo? –preguntó el muchacho.
          -No sabemos –dije.
          -Bueno. Estaré afuera con Alejandro.
          Después de esto, regresó la voz al viejo y se puso a susurrar otros ruegos más que se le habían quedado atorados en el cuerpo. Al volver a hablar para sus dioses, los ojos volvieron a recuperar el tamaño habitual de las pupilas. Pero la voz que se le había venido a la boca, ya no era la misma que le habíamos escuchado utilizar por tanto tiempo. Era una voz como de mujer enferma y vieja. Pensé otra vez en la transmigración de las almas.
          ¿Será que habla en él la voz de su abuela?, farfullé para mis adentros.
          Luego de observar la blancuzca cera que se le había formado al viejo en la comisura de los labios, Helena se levantó y fue a la cocina. Trajo un vaso de agua fresca casi lleno hasta los bordes y se la dio a beber, como si de un niño se tratara.
          Al presenciar la carnavalesca escena que comenzó a hacerse, preferí salir a la calle y pasear fumando el cigarrillo que tanto necesitaba para sofocar los aletazos del desconcierto y el pudor.
          Nunca imaginé lo que sucedería en mi ausencia. La transmigración se había convertido en verdadera locura. Encontré a Helena gritando a su padre que se callara. Y el viejo, como había ocurrido horas antes, ni la escuchaba ni le importaba nada de lo que decía su hija. Pero esta vez, lo que hablaba el viejo con voz de vieja enferma, eran frases lapidarias, como si con ellas quisiera abrir las puertas del cielo o del infierno.
           



sábado, 2 de marzo de 2013

Chiflador de auroras











Ni yo mismo sé si existo
Bartolomeu  Axieu

El cuento era quitar el árbol a la manzana. Romper bien hasta su raíz la sombra de todos esos rostros preclaros que se insinuaban predecibles en cada breve historia. De no hacerlo así, el monto de los fraudes continuaría hasta ser imposible escapar a los círculos viciosos en que estaban sometidos los relatos y otras fantasías por el mercadeo. Sería increíble, pero no imposible, que lo mismo le ocurriera a la poesía. A como iba pintándose todo...
No hay ni qué advertir más sobre este modo de conducción pagada a priori. De aquí, tal vez, resultan explicables todos esos anti géneros, anti-logos y anti-poetas navegantes, que sobre mares de caosmosis no habían dejado de aparecer cada tanto tiempo y que, al término de millones de estremecimientos y de gritos y desgarraduras,  acabarían siendo perfectamente asimilados –y tragados- por los magos de la sensación publicitaria. Todo lo opuesto a los ácratas envueltos por el canto de los grillos, de quienes ni en su casa reparan sobre su existencia diaria.
Sin duda, todo iba por el rumbo ajeno y contrario al que hacían las luciérnagas; pero no siempre, es cierto.
)))))) Y así la lluvia más aterradora podría ser deseada con sólo ver el auto y la muchacha que esperaba, casi desnuda, detrás de una ventana en casona a campo abierto.
)))))) Y así el viaje era preferible a la permanencia eterna, aunque dicho viaje no llevara necesariamente a pensar y mucho menos implicara oler el rezago de algunos cuerpos macerados por insustanciales periplos hechos en horas de insuficiencia renal, o bien, ya por marchitaciones provocadas con hastío.
)))))) Y así proseguiría el recuento de lo perfectamente evitable y, sin prisas, olvidable en jarrones con flores decadentes en su plástico y demás efectos de manidos historiones.
)))))) Y entonces, ya sin otra vez ni más lugares habientes, con el pulso entero de los alacranes, hundiría el aguijón e inyectaría el veneno necesario para matar al gusano servil de otra fruta atraída por el deseo.
Pero todo esto estaba aún en la cabeza del desconocido chiflador de auroras. La muerte cierta de aquel árbol de manzanas, entonces, continuaría estando en la dimensión de lo imposible, mas no por esto, increíble e inesperado. Apogónico finale.
El gusto continuaría, de veras, aún entre el re-  de lo ya experimentado y el anti- que invocaba porvenires. Esto lo creía así el chiflador de auroras.





Artes apocalípticas

no merecimos un mundo mejor el color de la sangre en los ríos o mejor los ríos de sangre la peste cadaverina en las calles estornudos en ser...