Estaba
en el medio. Los bañistas gritaban aterrados, rodeados por la explosión de la
ola. Mar Caribe. Arena blanca. Era como de talco el piso en que corrían para
salvarse. Entre todo ese pandemonium, un hombre llevaba con una mano -realmente sin prisas,
sin miedo, sin tristeza- levantada una hermosa guitarra anaranjada.
Caminaba mirando el cielo. Transparente cielo de un esplendoroso mediodía.
Después
de la explosión, todo se lo tragó el mar. Lo último que se vió, resplandeciente
en la espumosa cresta de la ola, fueron la guitarra y el brazo del hombre, que
fueron hundiéndose en el verdeazul cristal de las aguas.
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