Pasaban
los días. Algunos en el hacer siempre el mismo trabajo, otros en el querer
hacer ciertas cosas, a veces imposibles, y muchos más en el no hacer nada. Un
arte, habían dicho algunos sabios: el
arte de no hacer.
Contemplarlo
todo desde el ensueño. Estar feliz sin hacer nada. Ante tantos objetos para
qué.
¿Más
basura?
Pasaban
las semanas. Llegaba el cheque. Había que pagar el departamento, la colegiatura
de los niños. En fin, había que pagar tantas cosas.
Pasaban
los meses, los años. Una fiesta, un aniversario más. También había que llevar
el duelo por la muerte de algún amigo, algún familiar. Había que seguir
viviendo.
Todo
tan de repente. Memorias. Recuerdos. Emociones por todo lo que no fue hecho.
Alegría por lo que fue amado. Tristeza por lo que se perdió o fue tirado.
Enfermar. Acercarse a la muerte.
Y
entonces la lluvia, el frío. Otro invierno. La primavera. Una danza. El vuelo
de tantos pájaros olvidados.
Y
entre tanto sol y noches, el dolor de muchos, la indiferencia y la ambición de
tantos.
Todo
tan de repente. Llegar a viejo, con la mente de un niño que se ve corriendo,
entre escombros, detrás de todo lo deseado.
Un
estornudo y el miedo. Una caída. El fatal desenlace. El sudor helado en todo el
cuerpo. La hora. El minuto. El instante.
Después
todo en el olvido. También destrucción. Y otra vez a crear. A guardar y a
deshacerse en todo lo desconocido.
Pero
mientras tanto, un juego y otro juego. La risa. El cansancio. La satisfacción
en un trago de café. Una copa de vino contemplando el crepúsculo. Un tabaco. Un
libro en la noche. El sueño y otro día sin querer hacer nada memorable. Otro
día. Otra noche. Y a veces un canto suave en oscuras madrugadas. El diálogo
entre los grillos. Sobre todo, el arte de no hacer más basura.
Un beso.
Air como fondo: Premiers Symptomes. Toda
la pasión llenando el tiempo en los cuerpos. Todo el deseo derramándose hasta
el abismo. Muerte breve, han dicho algunos. Leve hastío al poco tiempo. Temblor. Abandono
a lo incierto.
Y luego, luego.
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