Hablar
del mundo no es más complicado que hablar de uno mismo. Tampoco considero que
el mundo sea más concreto que el yo. Para mis horas de insomnio, no es menos abstracto
el mundo que yo mismo. Y en cuanto al tamaño, es tan grande el mundo como el yo
que lo abarca con la imaginación. Podría decirse, entonces, que el mundo y el
yo mismo aseguran su existencia con base en los poderes de la heurística. Lo mismo
se escribe sobre uno mismo que sobre el mundo otro, sin olvidar todo lo irreal,
enigmático y fantástico que hay en ambos complejos significativos.
Al escribir, la entropía de los
eventos en que se configura momentáneamente el mundo, conlleva el movimiento
por el que el yo palpa y atrapa las palabras. Es casi una batalla la que se
hace en el yo para detener el incontrolable flujo de la realidad. Flujo de una
realidad imaginada adentro de un mundo abierto a las contingencias. Y todo
esto, nada más que como un proceso en que se augura la multiplicada instalación
multidimensional de lo informe, pero tan cierta como el proceso mismo en que se
crean tantas realidades a partir de lo informe.
Será
en tales contingencias que una cierta razón podrá crear categorías para
componer el cuerpo de un cierto tipo de texto. O bien, será una indefinida
imaginación la que invente el mundo con todas esas contingencias, haciendo del
mundo inicial un fondo abastracto, y de las contingencias, los diversos cuerpos
que darán sentido de realidad indefinida al mundo creado. Dichas las cosas así
de este modo, tal razón encuentra los órdenes posibles para recuperar el mundo
real de las contingencias, y con base en esto crea la imagen de una composición
categóricamente funcional adentro de un texto que hace pensar en la realidad
como si se tratara de una clara y perfecta unidad. Por otro lado, la indefinida
imaginación inventará otro mundo para dar constancia de otros órdenes situados
en el desordenado hallazgo de los cuerpos por los que será comprendida la
indefinida realidad de mundo.
En
consonancia con todo lo dicho, la razón en la que pienso hará un texto de la
realidad, pero será una realidad atraída por los principios categóricos de orden
y claridad. Orden y claridad, en efecto, establecidos por los poderes
instituidos. Por el contrario, la imaginación en la que pienso hará una
realidad del texto, en apariencia, muy semejante al mundo en que viven las
insituciones, pero no será un texto que corresponda necesariamente a los
órdenes y claridades preestabecidos por las instituciones, sino, antes bien,
serán principios asumidos por la necesidad de un yo que se comprende a sí mismo
con ayuda del mundo creado por la imaginación.
Creo
entonces que en el mundo de hoy, el mundo en el que pienso, vivo e imagino, los
textos que me animan conllevan mucho de razón y mucho de imaginación. Son precisamente
estos textos los que me han hecho decir que hablar
del mundo no es más complicado que hablar de uno mismo. En ellos encuentro
la inextricable realidad producida en conjugaciones vertiginosas, en los que la
imaginación y la razón conforman momentos, a veces, de verdad intransferibles,
y otros, de fascinante alucinación.
Recuerdo haberte leído-decir que escribes en relación a lo que vives, a cómo vives lo que te pasa. interesante es también saber cómo vives lo que escribes, algo así como la vida en tu escritura.
ResponderEliminarsi hablar del mundo no es más complicado que hablar de uno mismo, vaya tarea en la que estás viajando desde entonces.
Tu Micromacro me ha parecido la flexión de un horizonte interminable, la curvatura de todo aquello que pareciera riguroso, intransformable.
Saludos y que las vueltas de los días sigan dejandote llevar por tantos mundos cuantos eres, o que estás a punto de ser.
Edú-ar
Gracias, mi estimado Edú-ar. Desde los recuerdos es que acaba presentándose ver-da-de-ra-men-te un asombroso presente.
ResponderEliminarEs tan extraño el tiempo como el espacio en la escritura, que todo lo que se presume vital acaba convirtiéndose en halo sin tiempo ni espacio.
Abrazos enormes como tu recuerdo.