El
abuelo José tan entero siempre. Siempre buscando que las cosas estuvieran en su
orden. Era otra época la suya, es verdad. No había redes ni virtualidades
cargadas de ilusión. No había CD´s ni I
Pod ni tantos aparatos ni códigos para irse acomodando en los vaivenes del
existir a diario. La complejidad de la vida era de otro estilo; estaba menos
cargada de artificios y no se necesitaba de tantas habilidades tecnológicas para
ser vivida y entendida con la magnitud del estar a solas, o como le gustaba decir
al abuelo: del ver con los propios ojos
la realidad.
Resulta
comprensible, entonces, o hasta cierto punto incomprensible, que al abuelo
José, conociéndolo tan entero, lo sacara tanto y tantas veces de sus casillas
el ver tirados los elepés en todas partes de la sala tras una noche de fiesta y
discusión hasta horas de la madrugada. Y es que a los hijos, o sea, a mis tíos
y a mi padre –de quien aprendí todo esto que ahora cuento o invento sobre el
abuelo-, les gustaba hacer uso de toda la discografía que tenían en casa,
haciendo con tal orden y desorden de canciones la crónica de sus sentimientos y
de sus conquistas amorosas. Pero todo esto -según le oí decir a mi padre- al
abuelo le tenía sin cuidado; lo que a él le desquiciaba era la falta absoluta para separar lo que era propio del día de lo
que era propio de la noche. Y era así, entonces, que, sin pensarlo dos veces, se
iba a cada recámara y sacaba a los juerguistas para que metieran en sus
respectivas fundas cada uno de los discos. Y después no los dejaba irse a
continuar durmiendo la mona sino que los ponía a limpiar todas las cosas que
habían quedado sucias y desordenadas.
Pero
una de esas noches, al abuelo se le fue el coraje hasta llenarlo de locura, y
no fue por alguna de esas fiestas que hacían los hijos con cualquier pretexto,
sino que estaban viendo la televisión cuando, sin decir ni agua va, se levantó
y se puso a patear la mesa de centro, y más todavía, agarró el búcaro que
servía como ornato y se lo tiró en plena cara al hombre que estaba dando el
noticiario. En esos momentos la abuela estaba en la cocina preparando el café
con leche y las galletas, y había creído que todo eso que se oía –la abuela
tenía problemas con ambos oídos- era porque en el televisor estaban pasando una
de esas notas en que la guerra es el tema, y el escándalo formaba parte del script. Fue por esto que al llegar y
encontrar al marido hecho una furia, quedó congelada, con la charola en que
estaban las tazas y los platitos con galletas temblando.
-¿Y ahora?-
Terminó por decir la abuela, con los ojos abiertos y llenos de miedo.
Pero
fue entonces que tocaron la puerta, y el abuelo, temiendo tal vez que fuera
algún vecino escrupuloso, abandonó la sala y a la abuela a su suerte y se
internó en el pasillo donde estaba el cuarto de baño.
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