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sábado, 15 de junio de 2013

Entre






Antes de los breves ruidos que nunca han faltado entre movimiento y movimiento en un concierto, sobre todo antes de un Adagio y después de un Allegro, aparece el vacío helado entre los dedos, y entre éste, el suave olor de la duela, el olor de las telas, el olor de las cremas y lociones… 
      
El director ha callado los ruidos breves de la vida oscura. La puerta ha sido abierta para el ingreso a la otra realidad. Escucho el rumbo de los dedos sobre el teclado. Veo estrellas y enormes olas atrapando indefinidos cuerpos. Después no veo nada. Sólo escucho. Escucho y siento la música que va llevándome a lo desconocido. En un instante todo mi cuerpo se funde en el espacio de otro tiempo, se integra perfectamente en el tiempo de otro espacio…

No hay razones. Cualquier explicación acaba siendo desbaratada por la fuerza de la música. La inflexión cede al goteo multirrítmico que hace el piano en diálogo con las cuerdas y la luz, el color, acariciado por las tibias voces de oboes y clarinetes, y luego son cascadas, son escalofriantes rumores de océanos mecidos por inmensas manos…

Surge otra vez el silencio.

Otra vez esas toses y las gargantas en limpieza. Obsesivas.


Otra vez algunas sonrisas de mujeres en la penumbra y de hombres ajenos a la vida del compositor y del artista, que yace concentrado, abismado sobre la existencia del silencio, y ante el piano que espera.



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