Buscar este blog

sábado, 28 de mayo de 2016

Distintos tiempos





I

Era la misma pregunta tantas veces repetida. Pero con el tiempo, la respuesta no podía ser nunca la misma. Así pasaba también con otras ideas que se le habían ido quedando al pasar de los años. Por más que quisiera llegar hasta la médula en todas esas figuras de la mente, al final de esta búsqueda, lo que se mostraba eran más fantasmas -abundantes fantasmas- y menos espacio para dejarlos ambular en los corredores de su mente. Con otras palabras, el río de Heráclito estaba, pues, realmente vivo en los torrentes de su sangre y de su pensamiento.   

II
Pulso apenas. Peligroso, llevar el tenedor a la boca. La cara empapada en sudor. Hambre. Y angustia. Le pediría a Bárbara que le ayude. Pero nada le dice. Deja que ella continúe charlando con su primo, su amor de adolescencia. Más acá, a centímetros de distancia, el esfuerzo para cortar la carne sin hacer rechinar los metales en la porcelana del plato, más aún, aterrado de que vaya a salir botado el jitomate o algunas rodajas de cebolla, siente cómo se mezclan las lágrimas con el sudor, siente cómo todo adentro de él es un maremagnum de nerviosismo feroz, y de vergüenza, y de incapacidad para calmar el hambre. Si pudiera, bebería toda la botella de tequila que está en el centro de la mesa, porque sabe que, emborrachándose, sólo así, podría cortar la carne y llevarla a la boca sin peligro de herirse a sí mismo. Pero no, los medicamentos que ha venido tomando en las últimas semanas lo harían convulsionarse.
Atrapado. Está atrapado. ¿Desde cuándo dejó de sentirse libre y contento? ¿Desde cuándo descubrió que la belleza de Bárbara, menos que hacerlo sentir orgulloso, por el contrario, lo avergonzaba, hasta el extremo de que, con cada día que pasaba, menos y menos seguro estaba de vivir con ella? Ella tan fresca, tan madura, tan entera en todo su ánimo. Tan integrada en el mundo de las verdades a medias, o de las mentiras completas. Ella tan segura de beber una copa sin el terror de que esa mano suya acabe derramando el vino sobre su falda.

III
Era la cuarta vez que leía la novela. La primera vez fue un personaje quien le enseñó a pensar y a conducirse de una manera absoluta a sus diecinueve años. La segunda vez –tenía 28 y estaba casado con Bárbara-, fue todo el mundo de la novela el que se le abrió para sentirse el personaje que al autor se le había olvidado ingresar en todas esas historias.
La tercera vez que la leyó, no hubo ni personaje ni mundo, sino preguntas. Fueron preguntas que nacieron en la piel de su pensamiento, donde las respuestas jamás pudieron ser satisfactorias; ni leyendo las otras novelas del mismo autor. Finalmente, en la cuarta vez que se puso a leer la novela –pocos meses antes de morir-, descubrió que nada estaba más allá de las medidas del mundo, y que el mundo era una realidad abarrotada de desconocimientos.

IV
La cena concluyó. Después de tanto pensarlo, bebió tres vasos de tequila. No hubo convulsión pero sí paro cardiaco. 
Ahora Bárbara estaba llorando en brazos de su primo, afuera del hospital donde había sido ingresado, infructuosamente, su esposo.

             


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por asomarte a este blog de instantes

Con el ruido quemando mi lengua

hace algún tiempo que se me perdió la semántica de palabras como escritor poesía arte conocimiento y otras que mejor dejo solas  en su forma...