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viernes, 19 de abril de 2013

Como perro en las noches





para P G B



Me parece que fue a los once años que comenzaste a existir. Fue con una bata tinta que entraste al mundo por primera vez. El Negro Celis los quería a todos uniformados, y tú no fuiste la excepción. De hecho, tu existencia cobró más fuerza, cuando el Negro Celis te bautizó con el nombre de Tarzán. Tú nada sabías de Burroughs ni de nadie más importante que tú. Eras tan importante que todo el día llevabas puesta la bata tinta; hasta para dormir la llevabas. Y tu madre no podía decirte que te la quitaras porque bien sabía que de esa bata dependía tu existencia.

            Ahora tu madre ha muerto, y del Negro Celis sólo supiste que se llamaba Francisco, que era hermano de una familia que tenía varias fábricas de calzado. Tú eras el embarrador de punteras y taloneras cuando te dieron la bata tinta, y luego fuiste el pespuntador de chinelas, y ya cuando ibas a ser el “maistro” de sección, te fuiste a otra parte. Soñabas con ser músico de rock o de blues (Hendrix y BB King eran tus ángeles de la guarda), y por eso te fuiste de mojado hasta Nueva York, y luego bajaste y te deslizaste hasta llegar a San Francisco. Pero el whisky y la ginebra te pusieron a ver otro mundo que el que habías soñado. Estuviste en prisión varios meses –casi dos años-, y hasta que te exprimieron, o mejor, hasta que hicieron que pagaras tu falta, te devolvieron por el lado de Tijuana.

            Ahora ya no sabes ni dónde está el sur ni el oriente. Todo lo más que te habita en el cerebro son ritmos y nubes donde permanecen tus pensamientos flotando (todo el día) como hojas quebradizas. Ya no hay bata tinta ni Tarzán que te devuelva la dicha de existir. Las ilusiones se te perdieron o te abandonaron hace mucho tiempo. Vivir se te ha vuelto un terreno lleno de arenas movedizas. Te aterra estornudar, por temor a hundirte todavía más, pero al mismo tiempo quisieras que se abriera la tierra debajo de tus pies.

Sin dedos para pulsar el bajo y sin dientes para comer la torta, para qué diablos seguir echando sombra a las cosas. Ahora ni te imaginas que eres parte de una estadística, ni te imaginas que eres parte de los números que cuentan la cantidad de topos que sobreviven en los agujeros, bajo los puentes, o también junto a basurales, en la frontera norte. Lo único que sabes es silbar con el magín –pues sin dientes no hay modo de lograrlo-, pero hasta esto se te está volviendo cada vez más indeseable. 

Ahora sólo esperas a que llegue la noche para escurrirte por allí y tragar lo que puedes conseguir en las calles. Para la estadística eres topo, para ti mismo, no eres más que un perro hurgando en las bolsas de desperdicios.




2 comentarios:

  1. Sé es cronopio o no se es. ¿Verdad? Buen relato, sentido...un trazo

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  2. Querida mia, gracias por el ser que me das con tu lectura.

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