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sábado, 2 de febrero de 2013

A la intemperie











El otro Krishna interrogó: “¿Qué ocurriría si te quitan el nombre que has llevado por tantos años? ¿Qué harías en un lugar donde ni un sonido de palabra identificas ni mucho menos entiendes, y donde nadie se fija en ti, donde llegas a experimentar la más absoluta indiferencia de todos los que pasan a tu lado?”

            Fue así que se te vino la imagen del otro Krisha interrogándote mientras mirabas en el televisor esa película en que aparecía Bob Dylan con una tejana gris y vaqueros y un bigote delicadamente estilizado.

Escuchaste el blues que sonaba en torno a los diálogos de la mujer (Jessica Lange) y el otro personaje de nombre desconocido para ti; pero no seguiste el hilo de la conversación que se ofrecía violenta o en absoluto razonable.

El blues, las palabras del otro Krishna y el desasosiego fueron como los engranajes de una máquina trituradora. Apretaste los ojos para evitar lo inevitable: la angustia de estar entre acordes de blues y palabras de personajes gritando o murmurando, y sombras en interiores que desaparecían –pocas veces- en un tiempo de mañana gris.

Alguien te había hecho creer que todo eso que estaba ocurriendo ante tus ojos estaba siendo fabricado con sucias lámparas que simulaban ser la luz del sol.

“Era un día sin día”, concluiste.

Te levantaste del sofá y dejaste el televisor con la película actuando para las fotografías y los cuadros que colgaban en la pared. En la cocina destapaste una botella de cerveza y saliste al jardín a beber y a fumar, a pensar y a ignorar las preguntas que había hecho el otro Krishna.

El temblor de los árboles y la quietud de los muros te hablaban del tiempo sin tiempo. Y luego escuchaste el paso de los coches que sucedía allá en la avenida. Bebiste un trago. Fumaste. Escapó enseguida el humo y tus ojos se fueron hasta el cielo. Allá también te hablaron de la ilusión del vivir y del morir. El temblor de los dedos al acercar el cigarrillo hizo que sintieras el remolino que había empezado a raspar adentro de los párpados.

Diste otro trago a la cerveza y escuchaste: “Ser como una piedra. Invisible entre otras piedras. No ser rama ni hoja ni tronco ni nada que lleve inevitablemente a la muerte. Ser polvo, aire, agua. O mejor; no ser, no estar, no…”

Regresaste al sofá y la película continuaba. Estaba Dylan tocando con otros tres músicos. Luego aparecieron varios soldados corriendo con sus armas preparadas para disparar a las afueras de un edificio, adentro de una ciudad moderna.

La mujer (Jessica Lange) entró a una sala de grabación. Traía un cigarrillo encendido. Los otros personajes no mostraron interés en ella. Continuaron manipulando los botones de la sofisticada máquinaria con la que iluminaban y modulaban los planos en que daban realidad dramática al escenario en que estaban Bob Dylan y los otros músicos interpretando un blues.

“Todo eso está presentado como en un sueño”, dijiste. Y entonces te dieron ganas de dormir. Cerraste los ojos y no quisiste saber más nada de lo que iba sucediendo en la película.

No pudiste dormir. Las preguntas del otro Krishna volvieron a sonar adentro de la cabeza.



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