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sábado, 19 de enero de 2013

Ajeno a todos los instantes












A veces era más piedra que agua, más línea que punto.

¿A dónde ir así, con ese fardo arrastrándose en la sombra?

La tentación entonces, tan cerca, lo hacía caer en diminutas gotas.

Lo increíble estaba en eso mismo, de la gota y el golpe de piedras,

De la celda en que los ojos aborrecían hasta el ventanuco,

El ácido por donde el cielo se diluía en las pestañas.

La tentación, el deseo de borrarse en lodos la cara, tirarse al océano,

Llenarse la boca de puntos y chorrear brumas

De lo que habían sido deseos, tentaciones de la carne.


Parar en el lugar menos pensado:

Obscuridad plena, aturdante.

Resbalar o desbaratarse en lodazales.

Pero sin llanto, sin burdos escupitajos 

Ni gemidos que hicieran creer en lo que era mejor

Dejarlo irse hasta el olvido.

Sólo así, solo en el olvido, el agua volvería a ser lo más suave de la vida,

La piedra, aspereza y dureza de ser en lo más cierto de los días,

Y los puntos y las líneas y todo el fardo de la sombra, todo,

Se recuperaría ajeno al reloj de todos los instantes.





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