Buscar este blog

domingo, 30 de septiembre de 2012

Sombras fieras






Me hablan de Lady Gaga en la red: que si gorda / que si se ha vuelto rapera, y aparece ella sobre una taza, desnuda mirando hacia la lente de la cámara / con un cigarrillo entre los dedos y como fuera de ella misma.

Después veo un video en la red en el que aparecen policías españoles golpeando a manifestantes españoles. Escucho los gritos de la multitud enardecida. Percibo la confusión, el humo de los petardos en la noche, las voces que gritan: Asesinos / y otros adjetivos que no tocan la sombra negra de los policías en las calles y avenidas de Madrid.

Veo a las fieras uniformadas persiguiendo en los andenes de una estación de tren; amagando, amenazando, intimidando, tirando manotazos al camarógrafo, zarandeando a tantos otros que no son manifestantes. Y un hombre sentado que grita: Vergüenza, al tiempo que protege a otro y a quien también golpean las sombras fieras.

Siento las punzadas en el pecho por las balas de goma. Me duelen las patadas en la cabeza. Las piernas. Qué dolor en la boca. Qué coraje  Cuánta tristeza Cuánta impotencia aplastada por la noche y por la fuerza policiaca. Sobre todo por la fuerza policiaca.



jueves, 27 de septiembre de 2012

Suerte negra








En la calle el ruido carcomía la calma y adormecía el pensamiento. Como un tumulto de láminas cayendo era todo eso que  destrozaba el vidrio limpio de la mañana. Mala idea, quizá, fue meterte a vendedor de enciclopedias en un tiempo abigarrado y descompuesto por el veneno diario de la angurria y el despojo. Pero allí ibas con el maletín negro, descarapelado en sus filos, llenándote la cabeza con historias del mejor azar.

Antes de pulsar el timbre en la casona que prometía suerte, limpiaste la frente y secaste el sudor con un sucio pañuelo anaranjado. Enseguida, ante el imaginario espejo arreglaste las puntas de la camisa, apretaste el nudo de la corbata y esperaste a que la mujer de tus sueños abriera la vieja puerta de madera.

Fue hasta después del tercer timbrazo que se abrió el portón;  pero no apareció la mujer de tus sueños sino un viejo con el pijama puesto y con unas gafas negras que le cubrían hasta media cara; la otra mitad estaba poblada por una barba grisácea que le llegaba hasta el pecho. Después de unos instantes, el viejo dejó salir una voz gruesa y estropeada por los años:

            -¿A quién busca?

            Y tú, como quien ha estudiado mucho el discursillo, soltaste la voz con cierta prisa, pues sabías bien que de hablar por lo bajo y lentamente, el viejo se te dormiría allí mismo o te rompería la cara con el bastón en que estaba sosteniendo su corpachón de no menos de ciento y tantos kilos.

Luego de acabar de recitar el discursillo y de mostrarle el muestrario en que aparecían las distintas enciclopedias con sus distintos precios, notaste que el viejo estaba sonriendo, como si le hubieras estado contando un chiste. Y tú, seguro que lo habías convencido con tu perorata, sacaste del maletín el bonche de papeles en que estaban las hojas del contrato.

            -Ni sigas, muchacho –te detuvo el viejo, mientras tratabas de ordenar las hojas en la bitácora de madera -. Nada de todo eso que traes me interesa. En mi cabeza no hay lugar más que para sueños y otras porquerías. Así es que, adiós y buena suerte-. Y se soltó riendo por algo que había visto en tu cara o en alguna parte de tus ropas.

            Cerró la puerta y tú te quedaste abanicando la cara con las cartulinas del muestrario, maldiciendo tu negra suerte. Luego avanzaste hasta colocarte bajo la sombra de un fresno, y sacaste el maltrecho paquete de cigarrillos. Tras de golpear varias veces el filtro anaranjado en la uña del dedo, para que con esto el tabaco acomodara y apretara bien, lo encerraste entre los labios y lo dejaste allí, estilando mientras sacabas del bolsillo del pantalón el encendedor y pensabas en lo bueno que habría sido que el viejo hubiera comprado alguna enciclopedia. Pero no. Estabas igual que ayer y que antier y que casi una semana entera (tu primera semana como vendedor de enciclopedias) : no habías podido vender una sola enciclopedia en más de treinta horas de andar como loco hablando solo y soñando en que conocerías a la mujer de tus sueños detrás de una de esas puertas.

            “Maldita la hora en que aprendí a fumar”, te dijiste, mientras sentías el fuerte ardor en la garganta y la pastosa resequedad en el paladar y la lengua. Pero como si el humo del cigarro fuera agua fresca, le diste –con más desesperación y coraje- otra calada. Y entonces tu cuerpo comenzó a ser sacudido por esa tos que te aflojaba las articulaciones de los huesos, y al instante los ojos se te llenaron de lágrimas, y la frente se te mojó de sudor, y debajo de ésta comenzó a surgir el martilleo de la incipiente migraña que, con el paso de las horas,  terminaría derrumbándote hasta el límite del suicidio.

            Después de varias calles de ir maldiciendo tu suerte, detuviste el paso frente a una tienda de autoservicio. Necesitabas limpiar la cara y aprovechar el baño. La muchacha que estaba detrás del mostrador, al ver que te dirigías al sanitario, te dijo que no podías utilizarlo.

            -¡Y entonces! –exclamaste con rabia. La muchacha te ignoró haciendo como que revisaba algunas facturas, contenta de imaginar el sufrimiento por el que estarías pasando.

            Saliste y fuiste apresurado a buscar un rincón a la vuelta de la esquina, pero lo que hallaste fue el sol cayendo en toda la superficie de la calle. No había dónde vaciar las necesarias –como las había llamado Quevedo. No había ni un arbolito en el que hicieras lo que cualquier otro perro haría. Bufaste de desesperación y continuaste arrastrando tu urgencia hasta que finalmente apareció una gasolinera.

            Luego de una o dos horas de tocar otras puertas y de no haber visto a la mujer de tus sueños ni haber conseguido vender nada, vino entonces la hora de comer y de beber. Hurgaste en los bolsillos y sacaste el billete que llevabas: diez miserables pesos. “Sólo sirve para comprar un refresco y una galleta. Y nada más”.

            Te introdujiste en una pequeña tienda de barrio y sin vacilación fuiste a abrir el refrigerador para sacar una soda. Enseguida de dar un trago, preguntaste a la mujer que estaba detrás del mostrador si preparaba tortas de jamón. Contestó que sí. Antes de pedirle que te preparara una, preguntaste que cuánto costaba. Te lo dijo.

Con embargo, por la humillación que raspaba tu esqueleto, le pediste que te preparara la torta, pues era más el hambre que tu orgullo para decirle a la mujer que sólo traías diez pesos.

            Aprovechando el momento en que estaba la mujer cortando el jitomate le hablaste de las enciclopedias. La mujer dejó de cortar y se te quedó mirando con sus ojos de vaca enferma, y luego dijo:

            -¿Qué son las enciclopedias, joven?

            Tras escuchar estas palabras, en el estómago se te soltó una tormenta ácida que te obligó a cerrar los ojos y a pensar en lo que tenías que decir para calmar tu dolor y hacer hasta lo imposible para venderle a la mujer una enciclopedia.

Cuando estabas por abrir la boca para lanzarte con la intención de venta, entró una pareja de adolescentes con el uniforme de la escuela (Secundaria Técnica, pensaste) y se dirigieron a la mujer para pedirle que les vendiera un par de cigarrillos.

            La señora ni se limpió los dedos para sacarlos del paquete que estaba abierto y que había recogido del fondo de un cajón. Después continuó preparando la torta de jamón, absolutamente ajena en querer saber qué eran las enciclopedias.

            Entonces diste otro trago a la soda y pensaste en que lo mejor era comer la torta y ver qué ocurriría por tu mente luego de calmar un poco el hambre.

            -¿Es todo, joven? –preguntó la señora, y añadió, antes de que tú dijeras algo-. Son quince pesos por la torta y el refresco.

            -Oh, señora, no me haga eso –hablaste como el actor en que soñabas convertirte-. Tengo hambre y no más que diez pesos. Pero mire que ahora mismo le explico qué son las enciclopedias y ya verá lo útiles que pueden serle para saber más sobre el mundo y sobre tantas otras cosas importantes.

            La mujer devolvió la torta a la tabla en que había estado preparándola, y dijo:

            -La soda cuesta cinco pesos. Ésta si puedes pagarla, muchacho.

            En ese momento hubieras querido ahorcarla y luego comértela enterita y vomitarla sin pudor ni remordimiento. 

             Le entregaste el billete y esperaste el cambio.

            -¿A cómo vende cada cigarrillo? –preguntaste con la boca llena de rencor.

            -A peso.

            -Deme tres.

            La vieja te los dio junto con los dos pesos que sobraban.

            Después de guardar dos de los cigarrillos en el parche de tu camisa, encendiste el otro y saliste con las piernas cansadas y la cabeza a punto de estallar.

            Lo que siguió en la tarde, es capítulo de otra historia.





viernes, 21 de septiembre de 2012

Oscuros corredores







El isco de uvas negras entrampado con gusto a muchorilla

Pero un poco antes el soneto áspero de místicos orantes

Estalló en las membranas de la esfera.


Después fue suave lima en los labios

Sacariciando tanta molécula con el jugo seco

Estilando en toda la piel de ambas partes

Con puntos quemados ardiendo 

Y sumas de párpados hasta el amanecer



Hasta más no comprender cómo fue ese gesto y esa voz

Esa palabra fácilmente pronunciada entre sucios pensamientos.



Fue otro lenguaje

Otra sensación

Otro hueco listo para llenarlo de temblores.



El isco y el gusto a muchorilla continuaron

En la esfera rota de oscuros corredores.







martes, 18 de septiembre de 2012

Una palabra









Ni ceguera ni olvido, sino un soplo de miedo.

Como si todo el cuerpo una palabra

O un estrujamiento de sombras.


Como si el verse un poco fuera

El despertar completo y entender

Casi entender la insinuación de lo que puso

De lo que había puesto

Sin serlo en la piel.


Un estrujamiento de sombras,

Una punzada que enferma,

Todo ese no estar y vivir,

Todo ese no ser y alcanzar

Un soplo de miedo

Una descarga filamentosa y en fuga

Una garganta rota

Quebrada en los filos. 








viernes, 14 de septiembre de 2012

Encserradros









¿La verdad te hace más libre?

¿Cuál verdad?

¿Cómo es esa verdad?

¿De qué modo surgió esa verdad?
)))))

INTERROGACIONES

Vapores que se adhieren a muros cerebrales.
::::::

Y vuelve otra vez la cantaleta de las épocas doradas,
Del pasado glorioso.

(((Siempre fue mejor cuando::::::

Truenan los timbales para dar paso / una vez más
Como si de una reina de carnaval se tratara,
A la verdad.

(((Confetis. Lluvia de colores / / / /

Junto con ella vienen los bufones, los arlequines
Y una hilera de perros bravos que cuidan que nadie
/ una vez más
Ose  soltar insultos o se atreva a cantar / En otro Tempo y Modo
Sin que antes lo quiera y lo decida la reina de la verdad / S.A. de C.V.

La verdad. El conocimiento de la verdad.
¿Será cierto que la verdad es que no hay verdad?

/Una vez más
INTERROGACIÓN.

Y luego del carnaval
Vapores que se adhieren a muros cerebrales.
:::::::::::::::::::::::::::::::::::

Mascarada.

ONGs y otras de otra índole.
¿La verdad?

¿Dónde estás, Diógenes?





martes, 11 de septiembre de 2012

Infinitivos










Calmar.

(((Un ruido como de olas…
Un mismo cuadro.
La película repitiendo el fondo:

                                    Música de eterna luz.

Repetir.

(((No hay razón para esconder…
Un mismo sueño.
El poema adentro de las venas.

El poema… el poema… el poema…

(((Un frasco lleno de colores.

Burbujas y estallidos en el plexus.


Encerrar.

(((El color del mismo cuadro…
La música en el fondo

Y las luciérnagas.
Y la falsa espuma del ahogado.








lunes, 10 de septiembre de 2012

A diario









Saliste por salir de casa. No había sol a esa hora de la tarde. Estaban los mismos postes amarillos, viejos postes de semáforo, atorando o dejando ir a los peatones y a los coches con sus personajes encerrados en su sombra. Llegaste a esa esquina donde alguna vez hubo una cafetería y donde alguna vez habías entrado y bebido un americano sin azúcar; donde sin decidirlo tú, habías estado yendo y viniendo por los constantes paseos de la muchacha que atendía las pocas mesas del lugar, y donde después de mucho vaivén terminaste siendo hipnotizado por esa danza de tacones y vasos temblorosos, terminaste siendo ajeno a tus propios pensamientos y a tu propio cuerpo. Fue esa tarde, adentro de ese cafetín que ahora ya no existe y que se llamaba Tierra de Nadie, cuando fumabas el cigarrillo sin filtro junto a la segunda taza de un expresso tibio y ácido, que meditaste sobre la ruta de escribir ciertas crónicas en que estaría presente la desaparición y la decadencia de vivir en esa ciudad de tus noches.

Depués de varios meses de escritura, llenaste varias libretas y las guardaste para ese día en que ibas a pasarlas en limpio con la Olivetti azul que  habías tenido por tantos años y que ahora, como el cafetín que ya no existe, desapareció, como también desaparecieron las libretas y los casetes en los que solías escuchar las extrañas mezclas de música y voces; literatura concreta sonorizada. Letras que no viene a cuento citar aquí, precisamente.

            Entonces un temblor de párpado se te hizo en el ojo izquierdo, y como si en esto hubieras encontrado la felicidad de ser un cuerpo vivo, un cuerpo que se llenaba y se vaciaba de sensaciones y de pensamientos inciertos, es decir, pensamientos de inefable realidad, pensamientos para morir en el silencio de la mirada colmada de superficie y de tiempo. De nada. 

Respiraste hondo y continuaste la marcha. En el trayecto se te fueron presentando algunos rostros de aquellos días en que te pasabas las horas vagando. Rostros de amigos y de enemigos, de conocidos y desconocidos. Rostros que se te presentaban sin tú decidirlo. Apenas habías cruzado la calle donde alguna vez tropezaste con el odio de los polícías municipales, cuando se te vinieron en cascada fragmentos de esas crónicas que jamás ibas a recuperar. Escuchaste la voz oscura, seca, temblorosa que hablaba de la mujer que había caído desde lo alto, en el interior de un cine. Viste o imaginaste el cuerpo de la mujer cayendo en medio de la sala llena de humores y de humo (todavía no existía la restricción de fumar en las salas cinematográficas). Imposible estar seguro cuál era la película que estaban proyectando cuando cayó el cuerpo y produjo un estallido de gritos; ya por el cuerpo de la mujer que yacía estremeciéndose en el suelo como por los que habían sido lastimados por el inesperado golpazo. Aunque  no se pudo determinar si había sido suicidio o asesinato, había quedado para la historia de ese cine el suicidio o asesinato de esa mujer. Como punto final de ese fragmento, escuchaste la ineludible pregunta: ¿Cuándo ocurrió esto?, pero enseguida se te formó la duda de si había sido nada más que un cuento tuyo con el que habías intentado desbaratar el bulto denso que no te dejaba respirar en aquellas noches, o si había sido cierta la muerte de esa mujer que yacía (todavía en tu memoria) temblorosa entre las puntas de los zapatos y bajo la mirada incrédula de los personajes que rodeaban el cuerpo de la muerta.

            Cansado de vagar, te sentaste en la banca del parque que continuaba allí como en aquellos días, es verdad que más gastado y sucio, y más lleno de sombras por la cantidad de álamos.

Cerraste los ojos y fuiste llenándote de momentos tristes, provocados por las breves historias de pasajera alegría que se urdían en el fondo negro de aquellas noches. Irrepetibles como todo lo que está lleno de tiempo. El temblor de ser y de estar en la orilla de la tarde, de tocar con los ojos esta otra noche, de experimentar el frío que nacía con la incertidumbre y el acabamiento de otro día, el olor de aquellos cuerpos que habían estado tan cerca y tan lejos de tus manos, el ruido de los coches, el color de los semáforos que desaparecía entre todas esas luces, y el murmurar de tus pensamientos que estilaban, y la nada de morir a diario, y el soplo en que se expulsaba lo irremediable, como había ocurrido desde siempre.

A diario.





viernes, 7 de septiembre de 2012

Todo esto y más









To hide myself away like a secret
in a sleep of lambs and of vine-cuttings
L´art poétique
Ingrid Jonker


Ya descubrieron que eres sordo
Y daltónico

Ya vieron cómo vives colgado
Horas enteras de un signo

Lo que no saben es que vuelas
Cubierto de arañas

Nada saben de tus instantes
Colmados de humo

Jamás escucharán estas voces
Enloquecidas que trepanan

Que acaban tirándote en sombras
De helada víscera

Todo esto y más
Ignoran

Todo esto y más
Hasta de ti mismo se esconde.



miércoles, 5 de septiembre de 2012

Para nada y para nadie












Despellejar el ego en un gesto de abierta alegría.

Desvelar el rostro, la carne.

Hacer del yo todo el juego de los sujetos sin historia.

Romper la puerta que separa el adentro de todos ellos.

Ingresar en el corazón y hacer llover la sangre entera

                                                              de los sueños,

y establecer una nueva escena 

con todos los actores llevándose lo nuestro, 

lo de ellos; hasta convertirlo en polvo de otras carnes 

                                                  desveladas. 

Para nada y para nadie.













sábado, 1 de septiembre de 2012

De otro momento










En otra parte abajo, pero cierto por su invisible fortuna de estar:

como el viento.

El viento que había sido sensación puntual y extendida:

plenitud de lo que fue inesperado

en la incredulidad de estar sin saber más de lo que había en el rostro.


El día y la noche como el silencio y el ruido:

lo sucio a plena luz y el brillo en la oscura sala:

deshabitada o llena de fantasmas:

de seres que jugaban a estar 

con la luz de la mirada.









Seres que eran como estar sin estar

en la superfice de los dedos en que otro juego estaba aconteciendo

presente como el silencio y la oscuridad:

como esa sensación que acaece en el poro abierto y lleno de otra luz

en que agrieta la garganta y el pecho tiembla hasta romperse.







El día y la noche como el silencio y el ruido

como esa sensación que vacía y llena el cuerpo

de intensos tonos a una velocidad única:

como la verdad de estar oyendo el paso de los fantasmas

de esa otra sala en que los seres habían jugado

bajo la luz de otro momento.





Con el ruido quemando mi lengua

hace algún tiempo que se me perdió la semántica de palabras como escritor poesía arte conocimiento y otras que mejor dejo solas  en su forma...