Buscar este blog

martes, 31 de julio de 2012

En la medianoche










…hora frágil esa
             de la medianoche
                                          vulnerable
en que morir es
            prontamente  despertar
                                       cayendo
                                  en la gota de años encerrada









…levantarse con los resplandores
de la luna adentro de un sueño
                                                       de años sueltos
                                en la medianoche
a  esa hora y repetir
                                   con el silencio en los labios
la hora frágil
                        vulnerable
que es morir cayendo
                                        en el despertar de un instante…



domingo, 29 de julio de 2012

Con el corazón chorreando







Murmullos
de los deudos.
Caricias
en la espalda por los años
de alegría hecha polvo.
Tristeza
de piedras en el corazón muerto /
espantado / ahito de esperanzas tiradas
en los vanos de la luz /
entre la sombra y lejos.

La música afuera,
en la calle de esa noche bañada
de luces y de charcos, de coches estacionados
como fantasmas para la eternidad /
para la paz de los que ya no caminan
ni descansan
ni hacen nada por los que van
hacia el día siguiente y lejos.







Los deudos adentro
muy adentro de ellos mismos.
Sin música / sin caricias / sin espalda
con el corazón chorreando lágrimas.



jueves, 26 de julio de 2012

En otra parte los leones













Para Patricia, realidad y ficción en quien vivo


La realidad está presente.  Siempre está en presente. Según parece, de lo que podemos hablar es del pasado. Es el pasado la historia que se nos viene a agazapar habitualmente en las líneas del relato. Hablar del  futuro sería locura y estupidez.

(((No hablo ni hablaré nunca de la música. La realidad de ésta pertenece a un mundo en el que la razón no cabe. Tal vez, cuando las lenguas hayan dejado (de) ser nada más que instrumentos al servicio del poder y de la comunicación corriente -esto es, que se ostenta fluir sin obstáculos-, hasta entonces, creo, se podrá contar con las profundidades sonoras de ese otro lenguaje)))

            Verdad de perogrullo:  la realidad como la ficción son formas que alguien vive o experimenta mediante el lenguaje. Decir el día por su fecha y hora no es más real que apuntarlo mediante el juego de las metáforas. En tal sentido, tampoco es más ficcional hablar de lo extraño que puede ser algo o alguien mediante el uso de formas convencionales. En pocas palabras, la ficción y la realidad son formas que las sociedades han instituido y disribuido según ciertos sistemas de valores atraídos con el lenguaje en que se viven.

            En abstracto, la realidad y la ficción corresponden a una amalgama de formas que se muestran en la expresión de quien las ha hecho posibles; pero también de quien las ha hecho aceptables. En consonancia con lo dicho anteriormente: el relato, o sea la historia, es un hecho consumado y producido en un campo de batalla. Es la guerra de lo posible (real y ficcional) contra lo imposible (imaginación caótica inexpresada). Está claro que tanto la realidad como la ficción se hacen con las formas de lo posible, esto es, con las formas del lenguaje socialmente aceptado y asumido por las instituciones que las utilizan como medidas de aseguramiento de valores socioculturales. La distinción entre realidad y ficción, entonces, obedece más a una cuestión de grados que de certezas; es más un producto de perspectivas que de hechos independientes y objetivos. Al hablar nos estamos yendo inevitablemente hacia un pasado, y esa realidad de la que hablamos ha dejado de ser la misma en que nos vimos atrapados o atraídos. En consecuencia, el presente de tal relato ha comenzado a ser ficcional.

            Las cosas comienzan a complicarse cuando se quiere hacer pasar como verdad un conjunto de formas cuya realidad es distinta y distante de las formas del vivir de una sociedad o de un individuo. Es una complicación que llevaría a analizar minuciosamente el pelaje del león, esto es, de la sociedad en todas sus raíces y arborescencias. El punto es si vale la pena arriesgar la frágil cordura que anima a contemplar la posibilidad de llevar a cabo tal análisis, sabiendo que en ello podrá irse la vida entera, y que a lo más que llegaríamos es a obtener, tal vez, el borrador de un capítulo atiborrado de descripciones y de notas al pie de página. Pero la mentira tampoco escapa de esta red de complicaciones excesivas. La mentira es la otra forma de la verdad posible; pero de difícil probatura. El calendario es una realidad que se mueve siempre.

Si en filosofía se fuera el tufo de mis pensamientos, no dudaría en hacerlo con las costuras de lo interesante, antes que con la tela de lo verdadero o con el simulacro de la realidad entera. Mi guerra no es con la verdad ni con la mentira ni con nada que tenga que ver con formas de valor agregado, y mucho menos con formas de control mediático o educativo. En mi caso, los leones están en otra parte.

            Tal vez es por esta clase de complicaciones que prefiero evitar la presencia de los leones en este promiscuo Instantario. Aquí sólo es habitual la realidad de la ficción. Aquí la verdad ni la mentira son formas de interés personal. Es por esto que Instantario viene a ser la evidencia que desde hace años ha venido punzando en mis carnes: la disciplina del caos como única vía para descansar de la razón y sus monstruosidades. Esto explica que la razón de mi sinrazón sea mucho más vulnerable y frágil que la mariposa del poeta chino, de quien sólo se ha querido atrapar un sueño, pero no el tiempo entero en que ocurrió el poema.


            La conclusión está –si es posible llegar a una conclusión segura- de parte de quien ha leído este trozo cortado con años como instantes.










martes, 24 de julio de 2012

Sin rumbo





Lector de etiquetas y textos breves (((indicaciones / contraindicaciones))), lo mismo en cajas de medicina que en bolsas de vegetales. Apasionado de los videojuegos y del dibujo en muros. (((Graffitero))) Siempre con cascos en las orejas escuchando música. Prefiere el ruido de las avenidas a estar estudiando las cosas de la escuela. Detesta los programas de la TV en los que se busca bombardear el espíritu. Adora el tatuaje, lo anormal y todo aquello que parezca insano.

En alguna tarde le dijo a su hermana que le daba asco tanta hipocresía. Esto lo dijo porque estaban mirando un reportaje en el cual se quería mostrar las dificultades que existían para los habitantes de Lagos, en Nigeria, vivir.

Le encanta la música de Adoration, de Clan of Xymox, de Nosferatu y de otros, sobre todo de los grupos que apuntan hacia la oscuridad del alma.

            -No me rebanaré el seso por nada –le dijo a Isaura.

            Pero ella, ejemplo fiel de la incomunicación permanente, ignoró la ambigüedad que le acababa de expresar el muchacho, y lo que dijo fue:      

            -Si sabe papá que estoy contigo… No quiero ni pensar lo que haría. Es un puerco… Lo odio.

            Hugo le subió el volumen a la canción que estaba iniciando en el walkman y se la compartió a Isaura. Le puso los cascos para que la oyera.

            -Me gusta…¿Quién es la banda? –preguntó ella, después de dos minutos.

            -Clan of Xymos..

            Siguieron caminando. Abandonaron la escuela en la que estudiaban ambos. Eran poco antes de las 6 p.m. Iban sueltos porque a Hugo le sudaban mucho las manos y temía provocarle asco a Isaura. Pero Isaura estaba loca por él. De hecho, otra que no fuera ella, quizás, ya se habría vomitado tras haber aspirado el aliento que exhalaba el muchacho. En su vida había tenido un cepillo de dientes, y apenas si lo usó una o dos veces. “Me dan asco las dentaduras blancas”, alguna vez expresó el muchacho.

            -¿Qué haría el puerco de tu padre si supiera que estás conmigo? –le reclamó Hugo a Isaura.

            -No te lo puedo decir. Me da mucha vergüenza decirlo.

            -¡Todo es una porquería! –exclamó él, como si con esto quisiera quitarle la vergüenza a ella de decirlo. Pero Isaura no soltó eso que quería saber él. Por el contrario, para desviar el interés de Hugo, preguntó:

            -¿Tienes sed?

            -Algo. Pero no traigo plata para comprar alguna soda.

            -Yo traigo –aclaró ella, y propuso: - Si quieres podemos comprar unas latas de cerveza.

            -Me parece buena idea –reaccionó el muchacho.       

            Después de beber la última cerveza, Hugo se propuso acompañar a Isaura hasta su casa.

            -¡Estás loco! –gritó ella-. Papá debe estar por llegar y si me ve contigo…

            -Pues es lo que quiero… -expresó Hugo-. Me daría mucho gusto verle la cara y…si trata de hacerte algo… pues me le aviento al tiro.

            -¿Se te subieron las cervezas? –cortó Isaura, y agregó-: No conoces a papá. Es muy alto y muy fuerte... Y muy malo. Sobre todo esto. Muy malo y cruel. Alguna vez estuvo a punto de matar a un tipo…

-¿Por qué? –se interesó Hugo.

-Porque, según papá, aquel tipo había visto a mamá de una manera lasciva. Y es que mamá, recuerdo bien, llevaba puesta una blusa muy escotada y una falda blanca que, a contra luz, se le transparentaba todo.

-¿Dónde ocurrió eso? –quiso conocer el muchacho toda la historia.

-En un parque. A mamá se le había caído algo, no recuerdo qué, y cuando se agachó a recogerlo pues… en ese momento el hombre se le quedó viendo a mamá allí, y papá, notando que el hombre estaba de mirón, sin decir ni media palabra, se arrancó contra el hombre y se puso a golpearlo como si se tratara de un costal o algo así.

-O sea que tu papá es un cabrón de cuidado, ¿eh?

-Es judicial, ¿sabes?

-Uta madre. No digas más. A los cabrones judiciales los odio a muerte. A mi jefe se lo torció uno de ellos.

-¿Quieres decir que mataron a tu papá?

-No. Si todavía está vivo, debe estar en una penitenciaría. Es que a mi jefe nunca le dio por el trabajo asalariado. Todo lo conseguía por robo o asalto. Al parecer, fue por asesinato que lo entambaron la última vez. Pero mi jefa ya ni se acuerda de él. Ahora vive un gordo cochino en la casa. Que dizque es arquitecto. Yo no le dirijo la palabra ni me interesa saber nada de lo que él hace en su cochina vida. Por lo que me dice mi carnala, mi jefa está feliz con el gordo ese.

-Bueno… Hasta aquí, Hugo –dijo Isaura, deteniéndose repentinamente-. Me voy sola.

-Espera –pidió el muchacho, agarrándola de un brazo-. ¿Nos veremos mañana?

-Si quieres…



domingo, 22 de julio de 2012

Plaza vieja



Lo preguntaste así,
del lado abierto de tu sombra:
“¿Qué puede haber antes del principio?”

Y ella, con la tarde acariciando la plaza vieja,
levantó las manos y las apretó en el aire, diciendo:
“Puro caos. Puro silencio. Puro abismo”





Los pardos postes hasta el paso abierto
de los ojos hacia otros ojos acompañaron,
fueron testigo de las risas y los pájaros.




Vinieron otras preguntas / otros silencios
breves historias con fondo de ventanas reflejando /
escondiendo mentiras y verdades.






Se fueron sin la plaza llena en los labios;
tú con el pensamiento hasta la sombra,
y ella dejando el cuerpo en las miradas 
encerradas en un paso lento/seco, agrietado...








Y luego otra vez la imaginación
como principio único / verdadero
en ella / en ambos
tan cierto como sus ojos negros...

De tarde / de noche
p'a siempre.




jueves, 19 de julio de 2012

Hastío







La madera negra y los cojines anaranjados, y el viejo sentado entre esos colores del mueble, el cigarrillo encendido descansando en el cenicero, mirando el humo que se eleva.

En el estereofónico, un acetato por el que se oye música de los años 50´s.

La mujer en la cocina, mientras el viejo rasca la barriga y piensa en resolver el albur que lo llevará a decidir lo que no hará ese día.
            
            -¡Acércame una cerveza, Claudia! –gritó el viejo.
            
            -¿¡Por qué no vienes tú y la tomas!?
            
          Entonces el viejo recoge el cigarrillo y se lo pone entre los labios, con la calma de quien se sabe eterno.

Antes de atravesar el arco de la cocina, se detiene para quitarse la comezón. Al verlo allí Claudia, parado con la mano adentro del bóxer, rascando como si estuviera buscando algo que había muy escondido entre las piernas, le grita:

-Eres un cochino.

Sin importarle en absoluto, el viejo avienta la colilla hacia el fregadero y avanza hasta el refrigerador para sacar la cerveza que le quitará las ansias de estar viviendo en jueves. Después de beber el primer trago, murmura entre una burbuja de aliento alcohólico: “Y tú… eres una puta”

-¿Qué has dicho? –interrogó la mujer.

El viejo volvió a dar otro trago y regresó, soltando otros tantos regüeldos, al mismo lugar en el que había estado sentado desde hacía rato. Encendió otro cigarrillo, lo chupó calmadamente y luego de dejarlo entre las otras bachichas que había adentro del cenicero negro, fue dejando escapar el humo por los agujeros de la nariz. 

Pero la mujer no aceptó el desplante. Fue hasta donde estaba el hombre de pronunciado vientre y ojos cacalotes, que sin verla pudo escuchar lo que ella estaba gritando:

-¡Además de borracho y cochino, eres un cobarde, un sivergüenza! ¿¡Por qué no me dices lo que piensas de mí!?

Entonces el viejo se levanta, agarra la botella de cerveza y con el cigarrillo estilando a orillas de la boca, sin mediar palabra, le tira tremendo puñetazo.

Pero la mujer, que ya esperaba esto, esquivó el golpe echando el cuerpo hacia atrás, y en menos de un segundo empujó al viejo e hizo que éste cayera y se golpeara la cabeza contra el brazo del mueble.

Al instante comenzó a emanar la sangre, que se fue mezclando con el humo del cigarrillo, los vidrios de la botella, la cerveza... y el silencio del viejo, quien sin parpadear miraba hacia los abismos de la nada.
            
        “Ojalá te pudras ahora mismo”, expresó la mujer, dirigiéndose a continuar lo que había estado haciendo en la cocina. 







domingo, 15 de julio de 2012

Revoltura







Al mismo tiempo que salía de la cama se le encaramó la imagen. ¿Sueño o vieja lectura? Vio el cuerpo del hombre tirado en el lodo, en medio del callejón. ¿Dónde ubicar  el hecho? Imposible. Lo cierto era la noche, o la madrugada, y el cuerpo del hombre bocarriba, con los ojos abiertos, con los brazos extendidos y la nariz sangrando.

            Mientras iba a la cocina a preparar la cafetera, oyó el grito de la mujer. “Ha vuelto el marido, borracho como tantas veces, y se ha puesto a golpearla”, pensó. Luego se hizo un silencio acariciado con ruidos leves. Luego escuchó abrir la puerta del apartamento vecino, y los gritos de la mujer, otra vez, más fuertes, gritando desesperadamente que alguien la ayudara.
  
            Tomó el cuchillo de ancha hoja y se dirigió a la batalla. Abrió la puerta y salió al corredor.

Nadie había. Tampoco había gritos. Enseguida acercó la cabeza a la puerta del apartamento. Sólo escuchó el chancleteo de ella, y un televisor encendido a medio volumen.
            
            “Necesito beber varias tazas de café para quitarme esta revoltura”.

Guardó el cuchillo en el cubo de madera. Después de prenderle fuego a la estufa, vio lo que sería la continuación del sueño o vieja lectura.

El hombre se levantó del lodo y con la manga del saco comenzó a limpiar la sangre de la nariz. En ese preciso instante se abrió una puerta y apareció la mujer que había visto en otro sueño o vieja lectura: con los blancos pechos cubiertos por una estola verde limón, sin nada más que esto sobre el cuerpo, y un paquete de envoltura incierta –podía ser gamuza o terciopelo rojo- que le lanzó al hombre, gritando:

“¡Olvidaste esto, querido!”


            El hombre atrapó el paquete, lo sopesó con ambas manos y acabó guardándolo en el bolsillo interior del saco. Avanzó unos pasos y se detuvo para encender el cigarrillo. Después de soltar el humo,  desapareció en la oscuridad de la noche, o de la madrugada.











martes, 10 de julio de 2012

Antes y después de la lluvia














Ella mira, recargada en el filo de la ventana, hacia el cielo manchado de nubes cárdenas. Él contempla la espalda de ella, los hombros de ella, las piernas de ella. Ella siente los ojos de él acariciando su espalda. Siente sus manos apretadas en la madera. Huele el polvillo. El dulce sabor de la madera.

Afuera las nubes avanzan suavemente. Sin prisa. Sin prisa él coloca las manos en los hombros de ella. Aprieta con la intensidad en que suena el tempo largo del Concierto No. 5 de Juan Sebastian Bach.

Con el terciopelo de la lengua acaricia el cuello de ella, quien se estremece a la par que trina el teclado. Es Bach el que ha ido dirigiendo las caricias de él en el cuerpo de ella. Es ella quien corresponde puntualmente cerrando los ojos con el tempo acorde a lo que se oye y se palpa.

Se huelen.

Se saben a piel entera.

Cae el vestido. Resbalan los tirantes del sostén. Ella gira el cuerpo. Entrega los labios.

Se abrazan. Se dejan llevar por la música y el tacto. Avanzan junto con las nubes, junto con la música. Hasta el inicio de la noche.

Sin prisa.

Sin prisa.

El cielo truena.


Juan Sebastian Bach continúa.





viernes, 6 de julio de 2012

No habrá más










Será como eso
que sabe mejor antes de
la última cucharada, antes del último
trozo, antes de la última copa.

Un presentimiento de que
lo más hermoso ocurrirá en el último día,
en la última noche;
pero de nada servirá abrir los cajones
para sacar todo lo que ha sido guardado
tanto tiempo.
De nada ayudará esconder la cara
del miedo ante el espejo.

Será sólo eso:
la última noche o /
el último día de un hecho
único.
Será como una sensación de estar
tirado tan lejos del inicio,
tan lejos de la duda,
tan lejos de la primera caricia
y el primer beso.

Tan lejos de lo que prometía ser perfecto.

No habrá entonces más sabor
ni más heladura en la yema de los dedos,
no habrá más piel ni más calor,
no habrá más cuerpo ni más voz.

No habrá más que el hueco enorme de morir
en ese instante. En ese último instante.

Será como eso, y
no habrá más.



martes, 3 de julio de 2012

A orillas del absurdo












Aprendería chino mandarín o árabe y se dejaría crecer el cabello y las barbas hasta morir de olvido. El idioma de madre apenas si lo pronunciaría en pesadillas. No olvidaría el inglés ni renunciaría al poco latín que todavía mantenía en sus casos. “De lo que se trata es de asumir la absoluta confusión en todo”, se diría a sí mismo cuando cerró la puerta de casa y abandonó todo eso que lo había rodeado durante tanto tiempo; familia, trabajo, nacionalidad... Excepto la guitarra michoacana, el viejo abrigo negro y un par de libros, fue esto lo que se llevó consigo. Se iría a recorrer el mundo, a perderse en él, a vivir en él como una sombra a orillas del absurdo y el sinsentido.

            “No tengo sueños”, diría para el animal que lo acompañaba, “No tengo ganas de hacer nada. No quiero nada que me obligue a pronunciar mi nombre”. 

         Había despertado en medio de una densa oscuridad. La garganta seca y los labios enfriados por la noche de otoño. Había sentido la presencia de otra bestia, no muy lejos de donde había despertado. El animal, su acompañante desde hacía varios años, se mantuvo dormido, descansando sobre su flanco derecho.

            La figura flaca y un tanto inclinada hacia el lado izquierdo, como quien quiere ver eso que está detrás de las cosas, con los cabellos encanecidos, amarillentos por la nicotina y el humo de las fogatas a la intemperie, y su voz de ganso, rasposa, de mediana altura, iba pintando el fondo de la calle con su andar de piernas flacas, y junto a él su acompañante, un perro flaco y gris, de ojos grandes flotando en pequeños lagos anaranjados.

            Se detuvieron ambos junto al tambo de basura; antes de hurgar, recargó la guitarra en la pared y sacó de allí un sombrero de fieltro negro, se lo encasquetó y le preguntó al animal qué pensaba. El perro entreabrió el hocico para expresar una mueca burlesca, o tal vez para expresarle el cansancio y el hambre que lo traía débil, sin fuerzas para mover el rabo siquiera.

            Avanzaron algunas calles más y llegaron al parque donde había niños montados en bicicleta, u otros que jugaban a la pelota, y las niñas que había corriendo hasta alcanzar toda la alegría de la tarde. Se sentaron bajo un álamo y se pusieron a mirar el mundo. 

              El perro, al poco tiempo, fue a beber agua en los charcos que había hasta allá, del otro lado de los columpios y resbaladeros, mientras él, con los ojos cerrados, comenzó a tocar una triste canción.





Artes apocalípticas

no merecimos un mundo mejor el color de la sangre en los ríos o mejor los ríos de sangre la peste cadaverina en las calles estornudos en ser...