Podía
hacer la serie y morir y no haber terminado de contarla.
Un dibujo
entonces en el agua era mucho más seguro que robarle al cosmos los secretos.
Minúsculo
secreto, o hasta menos que eso.
Sabiendo
el hueco que se abría, salió a la calle, y como quien se inclina a atarse las
agujetas, desbarató la verticalidad y se puso a ver las hormigas con la cara
pegada al pavimento.
Mientras tanto, entre la suave claridad de la tarde, los pasos fueron y vinieron, y la mirada, impuesta
por los influjos de lo cotidiano, alcanzó a vislumbrar el cuerpo de algo ajeno.
No faltó
quien tuviera el deseo de patear ese cuerpo que ignoraba las normas de lo
público.
Maldita la hora en que pasé por esta
calle, dijo el viejo que chorreaba rabia en su prisa.
Por el
contrario, algunos colegiales vieron el hecho como de lo más normal, y se acercaron
a curiosear con quien mantenía el rostro pegado al pavimento.
Es otro el espacio.
Desde aquí, es otra la promesa del lenguaje.
Llegó
la policía. Lo vieron así; arrodillado y con el torso doblado como hacen los
musulmanes; pero él, en vez de besar el suelo y dirigir plegarias, quería
atrapar hormigas con la nariz y los labios. Quería ofrecerles otro universo a
tales animalitos, quería hacerlos huéspedes de su boca.
Uno de
los gendarmes levantó la macana y se la estampó en las nalgas, gritando:
¡Levántate
miserable!
Otro
de ellos tiró un puntapié y pegó en el hombro.
Fueron
dos mujeres quienes intervinieron diciendo:
¿¡Pero
qué les ha hecho este pobre hombre para que lo traten así!?
Uno de
los policías, el más feo y violento, escupió y fue a pararse ante las señoras; y
les echó su puerco aliento:
Mejor
es que callen y vayan a lavar pañales. No es asunto suyo. ¡¡¡Eha!!!
Se abrió
entonces otro hueco y salió de allí el miserable hombre y se encaminó a otra
parte.
Después de un tiempo de ir contando otras series, escuchó el paso de las
hormigas que se movían sobre su cabeza. Sonrió.
Tras
varios días de enfermedad y encierro obligado, por fin estaba contento.
Había
vuelto a la vida.
Cruda realidad... besos!
ResponderEliminarEn efecto, la realidad es verdaderamente cruda.
ResponderEliminarAbrazos
De un tiempo para acá, son más los cronopios que los famas, más los clochards que los juppies...
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