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jueves, 6 de diciembre de 2012

Destiempo









Language itself is shattered, and it has been shattered

by artists, by writers and by thinkers

Daya Krishna


La vuelta a la esquina había desaparecido. De las lámparas que antaño alumbraban el paso de peatones hasta alcanzar el fin último, sólo quedaron los agujeros en que habían estado atornillados los postes. Pero antes de toda esa avenida –o boulevard, como la llamaban- había habido un bosque y gran cantidad de historias alrededor de la existencia del silencio y de las nubes y de otras tantas realidades en que se iría conformando esta zona del mundo.

Hacia atrás la historia se podía contar por el rumbo de lo paradisiaco. Pero hacia adelante, hacia adelante/

Los cortes eran necesarios. En éstos podía conjugarse el ritmo de las intermitencias con los pensamientos llenos de agujeros para filtrar así la ilusión de estar en el fondo de una ciudad hipermoderna.

¡Cuántas luces rojas! ¡Cuántos ríos de lava!

Pero girando y colocándose en sentido contrario al río ascendente y descendente de rojez y brillantez sin fin... todo esto desapareció, y entonces los ojos se llenaron de estruendos amarillentos que noquearon la consciencia y cayó –sin dolerle a nadie- el pensamiento en oscuros lagos.

¡Cuántos océanos que de pronto rugían y golpeaban la espalda!

Esto estaba ocurriendo a la altura de un moño hipervial –freeway lo llaman-, luego de haberse descompuesto el coche y de estar esperando uno de los helicópteros en que es costumbre, de este lado del mundo, traer al mecánico en las altas carreteras de velocidad extrema, y en horas ya de madrugada.

Pero mientras tanto, la ciudad había vuelto a ser una punzada en el pecho, una nostalgia de lo que se había ido obteniendo en pérdida.

Hacer el recuento de lo que devino en ganancia, tras las cosas que en otro tiempo sirvieron para algo más que pura diversión, llevaría a cancelar el servicio mecánico. 

Con los aparatos que había en ese circuito de no más de cuatro metros -el carro medía casi los 2.5 m-, se podía tocar el Aleph de Borges. Bastaba oprimir la tecla virtual de la tableta que había sobre el asiento del copiloto para que el cosmos apareciera, y junto a esta imagen se pudiera escuchar la música más perturbadora del momento, y todo esto, mientras tanto, se estaría  haciendo entretensión entre un abismo de destiempo, sin nadie que buscar en los espejos, sin nadie para repetir el cuento de que la eternidad era una cosa maravillosa.




Sinuosa realidad que se desbarataba en páginas y páginas que ya a nadie le interesaba leer.

Y de pronto, como suele ocurrir en los peores relatos (en que todo nos lo quieren explicar) el golpe blanquecino de luz cayó sobre el coche. Así estaba avisando el helicóptero que el mecánico descendería en cuestión de instantes.

Otra fue la música y otra la realidad en que todo podía ocurrir, hasta el recuerdo de una esquina y otros tantos fragmentos escurriéndose en el destiempo de otras luces.  

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