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lunes, 12 de noviembre de 2012

Siluetas




α



Todo parece estar en orden. La mañana está fría. Adentro de los oídos cae con fuerza la voz de Berth Hart. Sobre la pantalla del ordenador hay una silueta que baila a orillas del mundo. Sobre todo si se trata de un orden conseguido en la verticalidad del dibujo, que se logra con los perfiles claros que da la flotación de viajar mediante rutas claras y bien conocidas. Borges: Que otros se jacten de las obras que han escrito, que yo… etcétera. Pero si el dibujo se torna garabato y no se abandona ya a las flotaciones sistemáticas de la costumbre, y, con rotunda decisión, se obstina alguien en trazar a contra corriente sus impulsos, puede ocurrir una presión que llevará a afrontar los extremos peligrosos, hasta el colmo de no tener ya, quizás, fuerzas para vencer el espanto que acontece cuando se llega a palpar –con toda la imaginación- eso que se hace con base en lo desconocido.


                          Lo desconocido.
                          No la pregunta de la ciencia ni de la filosofía.
                          Lo desconocido.
                          Tampoco como consciencia de saber que no se sabe.
                          Lo desconocido.
                          Lo que no se sabe ni se espera nunca conocer.
                          Lo desconocido.
                          Burla suprema que se hace eco.






                          Quien mira el dibujo desde arriba y palpa gradualmente las estelas que suceden en torno al cuerpo trazado, es probable que llegue a experimentar el caos que hay latiendo por debajo de cada punto. Es como si todo el tiempo se mantuviera asomado ese personaje frente a los ojos de quien vive con toda la muerte en las células.

                          La idea de Borges vuelve a sonar ((((ahora citada bajo los efectos de una memoria revuelta con los choros de un viejo blues)))): Que otros se jacten de las obras que han escrito, que yo me ennorgullezco de los libros que he leído. A contrabote la idea parece honesta y llena de una seriedad escalofriante. Es la sentencia de un hombre enciclopédico, poseedor de riquezas bibliográficas; dicha con una contundencia que desarma veleidades y que robustece, indudablemente, el principio de la propiedad –intelectual y de otra especie. Pero ahora en que todo acontece con entropías alucinatorias dentro de la esfera de cibernética babelia, ponerse a recitar con ese tono de frac y nobel imaginario, llevaría a querer viajar de ride -con el dedo levantado al cielo en la pista de algún aeropuerto.         

                          La mañana se ha ennegrecido. El viejo blues ha dejado de cimbrar las paredes mentales. El sueño y la sed ahora luchan adentro del cuerpo. Nadie sabe a qué horas terminarán las desgracias de casi todo el mundo. Después de enunciar esto, hasta Borges carece de sentido.






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