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viernes, 9 de noviembre de 2012

Aquellas tardes









El niño Juan creció; al igual que su amiga, la Güera Catalina. El juego que hacían con sus cuerpos durante aquellas tardes ha quedado bajo los escombros de un tiempo ajeno. Ya la madre que dormía mientras ellos se descubrían en cada zona del cuerpo a orillas de un lavadero enlamado, ha envejecido tanto, se ha vuelto tan olvidadiza y tan llena de ella misma con su silencio. 

       Ellos también han envejecido, pero no tanto como la madre que esperaban a que durmiera para ir al patio a jugar y satisfacer la curiosidad. Su pueril erotismo.

¡Cuántas sensaciones habrán padecido! ¡Cuántas gotas de risa debieron caer en el verde pavimento de aquel patio rodeado por paredes blancas y no muy altas! ¡Cuántas tardes han pasado desde entonces!




Ahora están en otro espacio. Viven con otra edad y ya no juegan con el cuerpo, tal vez. Ahora la curiosidad radica en saber qué es eso que el cuerpo les expresa durante los minutos previos –o las horas si el insomnio está presente- a que llegue el sueño.

Aunque no se han vuelto todavía olvidadizos como la madre que ahora dormita en el sillón de pana roja, sí que les resultaría casi imposible trazar los rasgos firmes que había en ellos como cuando se miraban tan cerca y rozaban con sus labios todo el aliento de la vida. 





2 comentarios:

  1. "Como cuando se miraban tan cerca y rozaban con sus labios todo el aliento de la vida". Una bonita entrada y un final absolutamente redondo, Bocanegra.
    Un abrazo.

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  2. Gracias, Blanca, por el subrayado y el comentario que has dado a esta entrada.

    Un abrazo

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Gracias por asomarte a este blog de instantes

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